Mexico and the World
Vol. 8, No 4 (Fall 2003)
http://profmex.org/mexicoandtheworld/volume8/4fall03/indicadores_de_jameswilkie.htm
Indicadores de James Wilkie: [Reseña de 'Mexico's Permanent Revolution Since 1910']
Por Lorenzo Meyer
Reforma, 28 de Noviembre de 2002
La naturaleza de la evolución política
del México del siglo XX se puede determinar más
por la forma en que se emplearon los recursos materiales y políticos
a disposición de la autoridad que por los discursos de
los líderes.
Una guía objetiva
Al final, lo importante no son las intenciones sino las acciones,
lo que realmente se hace y no lo que se dice. La naturaleza
de la evolución política del México del
siglo XX se puede determinar más por la forma en que
se emplearon los recursos materiales y políticos a disposición
de la autoridad que por los discursos de los líderes,
como bien lo mostró hace tiempo el trabajo del profesor
James W. Wilkie.
La tesis de las seis etapas. . . .
[Wilkie expone en] Society and Economy in Mexico (Los Angeles:
UCLA, 1990). . . las seis etapas del desarrollo económico,
político y social de México en el siglo XX: I)
revolución política (1910-1930), II) revolución
social (1930-1940), III) revolución económica
(1940-1960), IV) revolución balanceada (1960-1970), V)
revolución estatista (1970-1982) y VI) revolución
reestructurada (1982-).
A la media docena de etapas propuestas se le puede añadir
otra: la anterior a 1910. Bajo la Presidencia de Porfirio Díaz,
echó raíces el orden político implantado
por los liberales tras su triunfo sobre el II Imperio. Esa estabilidad
dio pie a que México experimentara su primer periodo
de desarrollo económico sustantivo desde la independencia.
Ese crecimiento se basó en la promoción de la
inversión externa (minería, ferrocarriles, electricidad,
textiles, agricultura, banca, petróleo), la expansión
del latifundio y las exportaciones agrícolas y mineras.
Lo anterior permitió al gobierno federal contar con un
presupuesto sin penurias ni déficit, disminuir el gasto
militar, cumplir sin problemas el servicio de una deuda renegociada
a bajas tasas de interés e iniciar la gran obra pública
orgullo de la oligarquía porfiriana: ferrocarriles, puertos,
el Gran Canal del Valle de México, edificios públicos,
mercados, etcétera. En cualquier caso, el gasto federal
se dedicó en un 77 por ciento a la propia administración,
17 por ciento al desarrollo económico y casi nada al
social: 6 por ciento. Ahí está el retrato, o al
menos un retrato, del porfiriato.
La revolución como transformación política
Entre 1910 y 1920 la guerra civil hizo que por un tiempo el
Estado mexicano casi desapareciera y que sólo islas económicas,
como la industria petrolera, se salvaran de la violencia generalizada.
De 1920 hasta inicios de los años treinta la prioridad
fue la reconstrucción del orden bajo un nuevo marco jurídico.
El Producto Interno Bruto (PIB) tuvo un comportamiento errático:
en 1921, 1925 y 1926 creció al 6 por ciento anual o más,
pero en 1924 y 1927 no creció sino que cayó. La
Gran Depresión Mundial llevó a una caída
de -3.9 por ciento en 1929 y a una catastrófica de -14.9
por ciento en 1932. En esos años, entre el 58 por ciento
y el 77 por ciento del presupuesto se destinó al Ejército
y a la burocracia; la inversión de carácter económico
-carreteras, presas, Banco de México- equivalió,
en promedio, al 25 por ciento del total y el gasto social casi
no existió. La situación no era muy diferente
de la del porfiriato, sobre todo cuando surgió un gran
partido de Estado que permitió superar la etapa de la
indisciplina e inició la del orden con aspiración
a progreso.
La revolución como transformación social
Los años treinta son el momento del cambio, de la revolución.
Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo, ya no pudo
imponer su visión cada vez más conservadora y
surgió el cardenismo (1934-1940). Tuvo lugar entonces
una rápida redistribución de la riqueza que más
interesaba a un México rural en sus dos terceras partes:
la tierra. El latifundio que había alcanzado su clímax
en el Porfiriato, llegó a su fin. En seis años
se repartieron 18.8 millones de hectáreas realmente productivas.
En el cardenismo se dio una de las mayores transformaciones
sociales en la historia mexicana, se invirtió más
de la mitad del presupuesto en las áreas económicas
y sociales (53.5 por ciento), se sostuvo una política
nacionalista frente a Estados Unidos y, además, el crecimiento
promedio anual del PIB fue de 4.5 por ciento, lo que, descontado
el incremento demográfico, significó uno per cápita
de 2.8 por ciento. Nada mal, visto desde el México de
hoy.
La revolución como "milagro económico"
El post cardenismo es el momento en que el presupuesto destinado
al crecimiento económico ganó la delantera al
puramente administrativo sin abandonar el social. El desarrollo
alentado por la Segunda Guerra Mundial se mantuvo gracias a
la protección arancelaria -sustitución de importaciones-
y luego al control de la inflación. Y aunque el gasto
del gobierno fue un elemento dinámico -la inversión
pública equivalía a un tercio de la privada- la
deuda pública externa no volvió a adquirir importancia.
En su mejor momento, el PIB de esta época del "milagro
mexicano" llegó a crecer al 10 por ciento -1954-,
pero lo realmente interesante es el promedio: 6.06 por ciento
anual por 20 años. Es verdad que para entonces la tasa
de crecimiento demográfico había aumentado a 2.8
por ciento en promedio, pero de todas formas el aumento per
cápita del PIB resultó ser de 3.2 por ciento anual.
Y eso no es todo, según los índices de Wilkie,
la pobreza disminuyó en un 28 por ciento. Fue la época
de mayor vitalidad del régimen del PRI.
El equilibrio
Para Wilkie, el decenio dominado por las figuras y políticas
de Adolfo López Mateos y de Gustavo Díaz Ordaz,
significó un equilibrio entre la política social
y la económica. El gasto en el área económica
llegó a ser en 1963 el 41.3 por ciento del total, seguido
por el administrativo y social. Por otro lado el mercado empezó
a ganar terreno, pues si bien en 1961 la inversión pública
representó el 43 por ciento de la total, para 1970 había
bajado al 33 por ciento.
El crecimiento del PIB en el decenio donde el movimiento estudiantil
de 1968 inició de manera trágica la presión
para avanzar en la democratización, fue impresionante:
el promedio anual superó al 7 por ciento. Es claro que
el estallido de descontento político en el verano del
68 no estuvo ligado a una falla de la economía sino a
lo contrario: a la falla del sistema político para acompañar
a la modernización económica.
La economía presidencial
Para Wilkie, el periodo de los sexenios de Luis Echeverría
y José López Portillo (1970-1982) -el neopopulismo-,
es el de la recuperación de la iniciativa gubernamental,
de la "Revolución estatista" y del desastre
económico. Con Echeverría el impulso fundamental
del proceso económico provino de "Los Pinos".
El gasto público volvió a aumentar y las empresas
del sector público se duplicaron. Ante la falta de una
reforma fiscal efectiva, se recurrió al endeudamiento.
La deuda pública externa más que se cuadruplicó.
El siguiente sexenio, el de López Portillo y la supuesta
"administración de la abundancia" producto
de la exportación petrolera, triplicó la deuda
externa heredada hasta llegar a los 59 mil millones de dólares,
justo cuando se reventó la burbuja de los altos precios
del petróleo. Como sea, en esa docena de años
se dedicó, en promedio y según el INEGI, el 51
por ciento del presupuesto federal al gasto económico
-el gobierno llegó a emplear a casi la quinta parte de
la fuerza laboral- y el 31.2 por ciento al social. Por primera
vez se dejó al gasto administrativo a donde debería
de estar siempre: al final (Estadísticas históricas
de México, T. II, p. 644). Este es el periodo del equilibrio.
El promedio de crecimiento del PIB entre 1971 y 1982 fue de
6.2 por ciento lo que, descontado el crecimiento demográfico,
da alrededor de un 3 por ciento per cápita anual. Los
indicadores de la pobreza -ya no de Wilkie, sino otros- también
muestran un decrecimiento de la misma en casi un tercio (Julio
Boltvinik y Enrique Hernández Laos, Pobreza y distribución
del ingreso en México, México, 1999, p. 85). Todas
esas cifras salvarían históricamente a Echeverría
y a López Portillo en el ámbito económico
y social, aunque no en el político y menos en el moral,
de no ser por el desastre final, cuando ya no quedó nada
viable del modelo económico seguido por ambos presidentes,
y el futuro quedó marcado por la depresión y la
deuda, lo que obligó a replantear toda la estrategia
de desarrollo en condiciones sumamente difíciles, de
bancarrota económica y política.
El fin de un régimen
El periodo iniciado en 1983 marcó el fin de lo que quedaba
de la revolución [estadista]. En estos años, como
todos sabemos, la economía se abrió al exterior,
se privatizó la empresa pública (salvo petróleo
y electricidad), la inversión externa ingresó
como nunca antes y el comercio exterior se convirtió
en el corazón de la economía. Y pese a todo, el
crecimiento resultó casi nulo.
A fines de los años noventa volvió a haber cambios
importantes. La economía dejó de ser dirigida
desde "Los Pinos" y la responsabilidad quedó
en ese ente tan difuso como exigente que es el mercado. Para
1997, la inversión pública volvió a ser
secundaria: sólo el 16.7 por ciento del total. No obstante
la magnitud de los cambios y las promesas, el crecimiento promedio
per cápita fue imperceptible: menos del 0.2 por ciento
anual. En contraste, los índices de pobreza han aumentado
sustantivamente hasta abarcar al 53 por ciento de la población.
En el 2000 el gobierno de Vicente Fox marcó el inicio
de un nuevo régimen político, pero de continuidad
en lo económico y social. En el 2001, por ejemplo, el
gasto del gobierno fue equivalente a un quinto del PIB. De ese
total, más del 40 por ciento se destinó al pago
de la administración federal y a las aportaciones y participaciones
a estados y municipios, un 30 por ciento fue gasto económico
aunque no muy productivo, pues incluyó lo mismo inversión
en energía que servicio de la deuda; sólo un 20
por ciento se destinó a lo social (el 10 por ciento faltante
me resultó imposible de determinar).
En suma, los indicadores del gasto público y de la economía
muestran con claridad el camino que ha seguido nuestro país.
Los del presente indican que seguimos en una etapa de "reestructuración",
pero sin dirección clara, reaccionando aún a las
catástrofes y errores, sin tener la capacidad de retomar
la iniciativa y escribir la historia como la queremos, no como
las circunstancias nos la dictan.
Nota
El periodo iniciado en 1983 marcó el fin de lo que quedaba
de la revolución [estadista para dar lugar a la revolución
antiestadista]. La economía se abrió al exterior,
se privatizó la empresa pública y el comercio
exterior se convirtió en el corazón de la economía.
Y pese a todo, el crecimiento resultó casi nulo.
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