Mexico and the World
Vol. 7, No 4 (Fall 2002)
http://www.profmex.org/mexicoandtheworld/volume7/4fall02/posrevolucion_mexicana.html


Distinguished Professorship awarded to James Wilkie, jointly by
   (A) U.S.-Mexico Foundation for Science and
   (B) the Academia Mexicana de Ciencias
   to celebrate lectures in his honor by analyzing his
   "History of Economic and Social Change in Mexico Since 1910",
   University of Baja California (UABC), Tijuana, Sept. 17-20
 
                                           Major Presentation by economist Miguel Ángel Rivera Ríos (UNAM):

                                                            "La Posrevolución Mexicana y La Estimación de
                                                      James Wilkie del Presupuesto y Cambio Social en México:
                                                                           La revisión de un debate"

                                                                                                                                                     Reimpreso en Economía Informa
                                                                                                           Facultad de Economía UNAM, Número 314 (Febrero de 2003), pp. 44-52.

Ubicación
 
A principios de los setenta se verificó en Journals de los Estados Unidos uno de los debates más interesantes sobre la forma que debía estudiarse la historia económica del México contemporáneo. El debate estuvo centrado en el libro escrito por James W. Wilkie cuya traducción al español se tituló: La Revolución mexicana. Gasto federal y cambio social. [1] El autor, explica en el prefacio a la primera edición en español que esperaba un fuerte controversia con sus colegas los historiadores, pero varios de estos respondieron primero con el silencio y solo unos cuatro años después, publicaron sus criticas, con lo cual se abrió el debate. [2] Varios de estos críticos expresaron franca hostilidad a los que juzgaron métodos heterodoxos de abordar el estudio de la historia, lo que desafortunadamente sirvió para alejar la controversia de los temas verdaderamente  neurálgicos de la historia de México.


       Cerca de treinta años después, cuando parece haberse cerrado el capítulo histórico que se abrió con la revolución, la obra de Wilkie y la de otros historiadores que abordaron el tema desde una perspectiva semejante, cobran actualidad. Tanto la metodología de este autor, es decir, su valoración cuidadosa de la evidencia empírica y la ubicaron de ésta en un amplio marco analítico e interpretativo, así como por la forma como articuló su objeto de estudio desde una perspectiva interdisciplinaria, justifican una rediscusión que debe enriquecerse con el examen de algunas de las opiniones vertidas en los setenta, pero con la intención de ligar con los problemas de hoy en día. En la actualidad la discusión sobre el cambio histórico en México es crucial para entender los retos de la transición política y si un régimen radicalmente distinto al priísta puede contribuir a que el país supere sus ancestrales problemas de atraso y pobreza, que persistieron tras la fachada de estabilidad creada  por la familia revolucionaria.


       Conviene no olvidar, que en la época en que Wilkie escribió este libro, el papel del régimen priísta en la modernización de México era casi un tabú para muchos intelectuales mexicanos, por lo que los historiadores permanecieron formalmente al margen de la controversia. [3] Para la intelectualidad de izquierda como también para la de derecha, los gobiernos priístas posteriores a Cárdenas eran poco menos que dictaduras que se mantenían en el poder gracias al fraude electoral. La cuestión de si estos peculiares regímenes gozaban de algún tipo de consenso o de legitimidad social no fue tomada seriamente. 


            La presente revisión recae principalmente sobre el libro La revolución mexicana... , pero también revisaremos la crítica efectuada Skidmore y Smith, por haber representado el punto de vista del establishment de historiadores, pero haremos sólo referencia colateral a otros comentarios críticos como el de Boni y Seligson, ya que tiene menor trascendencia para los objetivos que aquí se persiguen. Irónicamente, al interrelacionar la revisión del contenido del libro de Wilkie con los comentarios de sus críticos más connotados, se facilita la reevaluación de las aportaciones del historiador estadounidense en lo que concierne a la comprensión del  México contemporáneo. Empezaremos, pues, por hacer un resumen parcial del libro de Wilkie, precisando sus principales líneas de investigación y sus conclusiones.
 
Gasto federal y cambio social


Los antecedentes y el contexto político de la política presupuestaria


El historiador James Wilkie parte de una premisa muy clara. La revolución mexicana fue realiza para liberar a las masas campesinas de la opresión impuesta por el sistema porfirista. En esa perspectiva, el grupo social que tomó el control del proceso revolucionario, los caudillos del norte, tenían en mayor o menor medida un apego político y moral a tales objetivos de la revolución que fueron, consecuentemente,  superar la opresión de las masas y lograr su emancipación social a través de la distribución de la tierra, la educación, la urbanización, etc. [4]


            El papel de las masas en el proceso revolucionario es un tema controversial y lamentablemente James Wilkie es esquemático al respecto, ya que optó por centrarse en lo que yo llamaría la situación posrevolucionaria, es decir, la conformación gradual de un nuevo estado con una misión histórica muy distinta al del porfiriato. Sin embargo, es obvio que Wilkie estaba sumamente interesado en la relación entre los caudillos de la revolución y las masas campesinas. Los caudillos pudieron vencer al ejercito porfirista gracias a su alianza temporal con Villa y Zapata. Aunque posteriormente rompieran la alianza, los caudillos más lúcidos como Obregón comprendieron que una ruptura definitiva con las masas o con el compromiso político a favor del bienestar de las mismas hubiera significado la reinstauración del viejo régimen. Por esa razón, como lo subraya Wilkie al discutir el Congreso Constituyente de 1917, en los siguientes años se verificó lo que Gramsci llamo una “revolución pasiva”. Los líderes de la revolución trataron de conservar el apoyo de las masas pese a haber asesinado a sus exponentes, Villa y Zapata, lo que hicieron aceptado (a veces a regañadientes) el texto constitucional.


            En el capítulo III, Wilkie aborda la cuestión de las fuentes de la legitimidad del régimen revolucionario. Al integrar dentro de la discusión la personalidad de los caudillos de la revolución, nos permite ver que relativas eran las diferencias entre estos y la clase porfirista, puesto que ambos estaban comprometidos con la edificación de una sociedad capitalista. Desafortunadamente, los caudillos carecían de un proyecto detallado de cómo reorientar la reconstrucción nacional y por ello quedaron atrapados en varias contradicciones. [5] Además, hasta principios de los treinta persistió la modalidad de desarrollo basada en las exportaciones primarias, por lo que era muy difícil erradicar a los terratenientes porfiristas, sin afectar los ingresos de exportación.


            Probablemente la parte más sólida del libro de Wilkie se refiera a la forma como se fraguó la Constitución política de 1917 y el papel que desempeñaría en la edificación de la nueva sociedad. La Constitución del 17, como demuestra Wilkie, fue el producto de un nuevo ascenso del movimiento de masas derivado de la destrucción del aparato estatal del porfiriato (ver sobre todo pp. 83-88).  Contraviniendo los deseos de Carranza, los delegados a la constituyente dirigidos por un jacobino, Francisco J. Mújica, plasmaron un proyecto constitucional que fue el producto de la confluencia varias procesos: a) la naturaleza del conflicto revolucionario y las carencias del pueblo mexicano que tuvieron un papel en el mismo; b) la utopía social de la época, marcada por el ascenso de las ideas socialistas y c) el declive histórico del liberalismo (p. 84).


            ¿Por que los caudillos de la revolución, aun con la oposición tácita de Carranza, aceptaron a la larga el texto constitucional?  Como atinadamente señala Wilkie “... sin leyes reguladoras, la Constitución solamente poseía una fuerza moral que serviría como guía para la acción, porque no se contaba con medios para hacerla efectiva, o castigar a los que la violaran. Y no cabe duda que hubo muchos grupos que se negaron a reconocer la Constitución de 1917, porque no se les había permitido votar por los delegados a la Constituyente, y la ciudadanía en general no había aprobado ese documento.” (p. 89).


            Lo anterior quiere decir que pese a su fragilidad política inmediata, la Constitución del 17, poseía el respaldo popular brindado por el movimiento revolucionario para convertirse en el cimiento de una revolución pasiva. A pesar de que para algunos de los líderes, la Constitución planteaba en lo inmediato mayores problemas que los que resolvía, a la larga percibieron que era su fuente de legitimidad fundamental. Como sugiere Wilkie, sin el compromiso que establecía para el futuro, los gobiernos posrevolucionarios se habrían encontrado en un vacío, proclives a la autodestrucción al no poseer un referente objetivo para proclamar su lealtad a las ideas revolucionarias, o sea, a su compromiso con el bienestar de las masas y al desarrollo socioeconómico de México. 


          La crisis de 1929 junto con la posterior de depresión mundial, fue el parteaguas que posibilitó la ruptura definitiva con el sistema porfirista. Wilkie explica lo anterior al abordar la constitución del estado activo, es decir, una nueva institución estatal orientada a cumplir los objetivos contenidos en la Constitución de 1917. Obviamente el personaje que detonó el cambio institucional y político fue Lázaro Cárdenas y su revolución social.  Tan poderoso fue el detonante social y tan altas las expectativas que Cárdenas activó al sentar las bases de una nueva modalidad de desarrollo, que sus sucesores en la presidencia continuaron el impulso, aunque introduciendo innovaciones claves en la gestión gubernamental, como deja claro el autor.
 
El presupuesto federal como instrumento de la revolución


A partir de los treinta se abrió un nuevo capítulo de reconstrucción nacional en el cual la política presupuestaria constituyó el instrumento por excelencia para modernizar la economía y la sociedad mexicanas. Como veremos mas adelante, los objetivos del estado activo fueron tanto sociales (salud, vivienda, educación) como económicos (promoción del desarrollo capitalista). [6]


            El estudio de la relación entre gasto publico y cambio social desde una perspectiva a la vez teoría y cuantitativa plantea problemas metodológicos formidables, cuyo tratamiento explícito le hubiera exigido a Wilkie un libro del doble de la extensión del actual. Por esa razón apeló al sentido común y a la necesidad de aceptar ciertos puntos de referencia comunes, avalados por la experiencia histórica de la posguerra. Probablemente este sobrentendido pueda sintetizarse en los siguientes puntos:
 
todos los países del mundo hicieron, durante la posguerra, un esfuerzo similar al de México para utilizar el gasto publico a fin de resolver problemas económicos o sociales o apoyar la modernización nacional;
 
aunque existió consenso de que hubo resultados tangibles de la orientación keynesiana del gasto publico, las estimaciones de los mismas fueron polémicos y repletas de dificultades metodológicas. En la medida que el gasto, tanto el público como el privado, tiene efectos aceleradores y multiplicadores, los mismos son indivisibles de la respuesta de todos los agentes económicos.
 
            Wilkie respondió a los problemas implícitos en la estimación del cambio social haciendo varias acotaciones. Primero que “...no es el gobierno el único responsable del cambio social. El sector privado desempeña un papel clave en la integración nacional. No obstante, es el gobierno el que crea el clima en que operan las empresas privadas. Es el gobierno el que establece la política a seguir, consciente o inconscientemente, y determinando en grado importante el papel que podrá desempeñar el sector privado.” (p. 27 y en el mismo tenor p. 291). Segundo, “El análisis se basa en esta suposición: es el estilo de cada periodo ideológico [o sexenal] el que contribuye a los adelantos sociales, por ejemplo y no el gasto social per se el que causa la disminución de la pobreza” (p. 25).


            Dicho en otras palabras, cada uno de los sucesivos regímenes presidenciales adoptó un estilo propio de cómo ejercer el gasto publico que formó parte de una estrategia general de gobierno (repartieron mas o menos tierra, diversificaron la composición del gasto, dieron mayor o menor acceso al capital extranjero, etc.).  Al respecto el autor habla de periodos ideológicos para captar la especificidad de cada régimen y su capacidad para acelerar la transformación de México (pp. 71-73).  


            El estado activo significó la compresión continua de los gastos administrativos que quedaron después de 1950 por debajo del 40% del presupuesto ejercido, cuando a principios de los veinte, representaban poco más de 70%. Cada presidente, después de Cárdenas, imprimió su sello a la política presupuestaria comprimiendo los gastos administrativos, fuera a favor de los gastos económicos o de los sociales, en un afán por acelerar la modernización de México. Hasta fines de los cincuenta los gastos sociales disminuyeron su participación, en beneficio de los gastos en infraestructura y fomento industrial; con Ruíz Cortínez y López Mateos esta tendencia se revirtió, y con este ultimo los gastos sociales llegaran a un máximo de 22% en 1962-63.  A pesar de que la participación de los gastos sociales fue oscilante, la velocidad con se abatió la pobreza se aceleró a partir de los cincuenta, pero, como correctamente señala Wilkie, la modernización económica, estimada por el crecimiento del PIB per capita,  también se aceleró (ver cuadro X-7, p. 296). [7]


            En suma, en las condiciones históricas del México posrevolucionario, como lo demostró Wilkie en la Primera Parte, existió una relación fundamental entre el ejercicio presupuestario y el cambio social, por el simple hecho de que el estado asumió un papel activo en la conducción de una sociedad material y socialmente atrasada; sin embargo, no se trataba de una relación mecánica en el sentido de que el simple aumento del presupuesto genere directamente algún grado de transformación social. Para establecer la relación adecuada entre ambas variables Wilkie interesa esclarecer la noción de cambio social-pobreza empleada por el autor y no dejar de lado su desagregación del gasto federal.


            Wilkie estableció un relación indivisible entre cambio social y pobreza que, a juzgar por la opinión de Boni y Seligson, resultó incomprensible para algunos de sus críticos. Nuestro autor adopta la perspectiva de los clásicos de la teoría del desarrollo de Hirschman a Lewis, en cuanto a que el progreso histórico dentro del capitalismo se define a partir del cambio en el status de la población, o de las masas, como frecuentemente dice Wilkie (cap. IX). Para un país en el cual en 1910, el 70% de la población, era pobre y rural, o sea precapitalista, la medida de progreso tendría que reflejarse en el cambio en su modo de vida y sus pautas de comportamiento social. [8] Por lo tanto el índice de pobreza de Wilkie es un indicador del grado de integración de la población rural o campesina al sistema capitalista, o también un indicador del grado de modernización


 alcanzado por la sociedad mexicana. [9] A continuación retomaremos este punto, ya que el índice de pobreza de Wilkie, no mide lo que hoy llamaríamos pobreza urbana, ya que los obreros de las ciudades, ya han dado un paso fundamental hacia la integración (no son analfabetas, no andan descalzos, etc.), pero la mayoría de ellos reciben un salario de subsistencia, que los califica como pobres.


            James Wilkie apoyó al que fue uno de sus discípulos, Stephen Haber [10] , para aplicar el “índice de pobreza” al estudio del desarrollo municipal de México. Nos conviene citar ese trabajo a fin de clarificar la aportación de Wilkie a la comprensión del cambio social en México, ya que el trabajo de su discípulo fue en realidad una extensión de la propia investigación de Wilkie, en la que el mismo efectuó una aportación central a nivel metodológico y empírico [11] . Haber señala en su artículo publicado en 1982: “... mi tesis es que el desarrollo económico de México ha estado normalmente asociado a su desarrollo social y que la modernización del sector rural ha sido uno de las causas principales del excepcional crecimiento económico de México. Como lo ha denotado Kunkel (1965:439), el desarrollo económico no puede ocurrir sin una previa o concomitante incorporación de las comunidades campesinas autónomas a la redes económicas y sociales nacionales. Al romper el aislamiento del México rural, el proceso de modernización ha ampliado el mercado nacional y mantenido niveles efectivos de demanda agregada. Sí como lo observó Clark Reynolds (1970:42) en su estudio fundacional de la economía mexicana, la expansión del mercado interno ha sido uno de los motores del crecimiento en el desarrollo del México del siglo XX, entonces la incorporación del sector rural al mercado nacional debe tener un efecto fundamental en el curso del desarrollo mexicano” (p.634).


     En lo que toca al tratamiento del gasto federal, James Wilkie hizo una serie de propuestas innovadoras para su tiempo. En primer lugar, al comprobar que, dada la enorme discrecionalidad de la oficina presidencial en México se gastaba más de lo que se había anunciado previamente, era necesario separar el concepto de gasto ejercido del gasto originalmente aprobado o planeado por el gobierno central. [12] Generalmente una parte del excedente del gasto ejercido sobre el planeado se capturaba bajo el concepto contable de “erogaciones adicionales”, que causaba una gran confusión en su tiempo. [13] En tercer lugar, propuso dividir los gastos presupuestarios en tres categorías, que expresan su función en la reproducción socioeconómica y política (capítulos. 5, 6 y 7): a) administrativos; b) sociales y c) económicos. Los primeros representan las erogaciones necesarias para mantener el funcionamiento del aparato estatal y cubrir el servicio de la deuda pública; como tales no tienen ningún papel en el cambio social o en el bienestar de la población, antes al contrario, entre mayores sean los gastos administrativos del estado, menor será la oportunidad de que el gasto público contribuya al desarrollo socioeconómico. Las posibilidades de integración de la población campesina dependerían de los gastos sociales y económicos, en tanto los primeros se destinan principalmente a atender requerimientos de salud, vivienda y educación de la masa de la población. Los gastos económicos están orientados a mejoras las condiciones para lograr un desarrollo económico más acelerado, principalmente creando la infraestructura para la irrigación y las comunicaciones y transportes.


     En cuarto lugar, efectúo una segunda desagregación del gasto público, tanto el planeado como el ejercido, en 27 subcategorías (defensa, deuda, pensiones, irrigación, educación, etc.), que era un auxiliar indispensable para la agrupación más fundamental del gasto de acuerdo a su impacto. La propuesta del autor influyó en las instituciones que analizan la actividad presupuestaria, ya que por ejemplo la Brookings Institution, adoptó la propuesta de Wilkie para el caso de los Estados Unidos, para desagregar los datos de acuerdo al tipo de secretaría y de acuerdo a su función, pero también aplicando este criterio a las erogaciones adicionales. En quinto lugar, algo inusitado en su tiempo, organizó la información en series de largo plazo y las deflactó para obtener valores reales y mostrar el poder de cada presidente en términos del manejo de recursos presupuestarios.


            La conclusión de que los sucesivos presidentes desde Obregón lograron reducir la participación de los gastos administrativos demuestra la magnitud de la tarea revolucionaria que emprendieron. Al institucionalizar el poder a través del perfeccionamiento de la estructura de partido de estado lograron relegar a los militares y así liberar fondos presupuestarios que emplearon para otros fines más productivos, de modo que la medida de la institucionalización del poder se refleja en la ausencia de cualquier forma de rebelión o inconformidad de parte de los militares después de Avila Camacho. Por otra parte, es muy interesante la discusión del conflicto entre el aumento de los gastos económicos vís a vís los gastos sociales que tuvo lugar a partir de Avila Camacho, en el sentido de que los presidentes se enfrentaron al dilema de tratar de elevar de integrar a la población de manera directa o indirecta (o fomentar las condiciones para que los nuevos empresarios, para utilizar la expresión de Sanford Mosk, acumularan capital).


            Las conclusiones del estudio de Wilkie es muy clara: cuando se consolidó un gobierno revolucionario, o sea con capacidad de llevar a cabo el proyecto contenido en la Constitución de 1917, a partir de Cárdenas, la velocidad de cambio social fue impresionante, ya que el Indice de Pobreza se redujo a la mitad entre 1940 y 1970, con un cambio decenal más rápido en la ultima década. (pp. 202-203, ver sobre todo cuadro X.5). El autor se muestra solo moderadamente entusiasmado, ya que señala: “[s]ólo desde 1940 alcanzó el cambio social para las masas una rapidez relativa y aun así es dudoso que la proporción del 14 al 16% pueda considerarse revolucionaria”. La clave esta, sin embargo, en el siguiente párrafo: “... dada la naturaleza de la pobreza que ha existido en México desde hace siglos, la baja del índice de pobreza desde 1940 es muy impresionante.”  Decimos que la clave esta en este párrafo, porque la experiencia posterior a 1970 ha demostrado que la pobreza precapitalista esta fuertemente enraizada y no puede erradicarse de manera definitiva a partir de instrumentos globales o presupuestarios, sino que requiere el uso de instrumentos “microsociales”. Queda claro, sin embargo, que los gobiernos posteriores a Cárdenas cumplieron el papel histórico de acelerar la modernización de México, aunque ello no quiere decir que hicieron prevalecer la justicia social, ya que si bien hubo un innegable progreso material, sabemos también que la pobreza cambió de forma: apareció la pobreza urbana y capitalista.


            Wilkie insiste en algo muy importante. Que aunque el proceso de integración no quedó completo en ese periodo, el régimen priísta quedó legitimado ante las masas, al grado que la oposición de izquierda o derecha no logró en ese tiempo trascender la esfera de los grupúsculos y no pudo constituir una alternativa política viable. Consecuentemente con lo anterior le autor desestima la idea de que la revolución hubiera fracasado (p. 299).


            Como dijimos al principio, la conclusión de que los regímenes posrevolucionarios cumplieron una misión histórica modernizando al país y haciendo retroceder la pobreza, incomodó a algunos intelectuales, que consideraban a tales regímenes como dictatoriales y represivos. El argumento más común que sostenían varios intelectuales críticos es que después de Cárdenas el regimen se alejó de los objetivos de la revolución y se mantuvo en el poder, pese a su creciente impopularidad, gracias al fraude electoral.  Efectivamente el fraude electoral fue generalizado incluso en el traspaso gubernamental de Cárdenas a Avila Camacho, pero sirvió para mantener más bien el monopolio absoluto del poder que para preservar el control del mismo. En todo caso el control absoluto del poder tuvo consecuencias incalculablemente graves, ya que propició la corrupción cuya propagación puede servir para establecer un criterio alternativa para juzgar si se alcanzaron las metas de la revolución.
 
La critica de los críticos


            Una de las revisiones criticas más conocidas del libro de James Wilkie fue escrito por Skidmore y Smith, este ultimo un mexicanólogo de renombre.  La revisión efectuada por ambos autores fue sumamente adversa, prácticamente constituyó una descalificación del libro de Wilkie. Aunque Skidmore and Smith saludaron el esfuerzo de Wilkie de compilar cuidadosamente datos presupuestarios, lo acusaron de utilizar incorrectamente esa información y llegar a conclusiones no avaladas por la misma.


            La critica de estos autores es muy singular ya que en lugar de analizar la obra en su unidad teórica y empírica, adoptan un enfoque que privilegia la dimensión cuantitativa del trabajo de Wilkie, desestimando las aportaciones teóricas e históricas del mismo. Por lo anterior no es sorprendente que Skidmore y Smith hayan catalogado el trabajo de Wilkie como perteneciente a la escuela de la historia cuantitativa; así fijan como canon de la obra su capacidad para cuantificar el cambio social a partir del cual encuentran un conjunto de “inconsistencias” en la misma. Entre los puntos criticados por ellos, me voy a concentrar en los tres que mejor se ajusten a la discusión equilibrada y no tecnicista del libro en cuestión
          

  Esos tres puntos son:


la descomposición del gasto federal en tres conceptos: administrativo, social y económico y no el uso de la relación gasto/PBI para estimar el impacto en la economía nacional:
 
la supuesta cuantificación del cambio social de manera estrecha y ambigua, ya que en lugar de  abordar el análisis del acceso de determinado grupo social a un monto de bienes y servicios, el autor se concentra en la declinación de la pobreza, definida de manera sui generis.
 
La “ambigüedad”  de la relación causal entre la acción presupuestaria del gobierno y el índice pobreza, que Wilkie define como indirecta, pero siempre a partir del gasto gubernamental como variable independiente.
 
            En relación al primer punto, es incorrecto poner en duda, como lo hace Skidmore y Smith, la existencia de un estado activo por el hecho de que la participación del gasto federal en el producto fue relativamente modesta (entre 10-13% en los cincuenta).  La evidencia de que existe un estado activo es, como argumenta Wilkie, ante todo cualitativa más que cuantitativa. Radica en el hecho de que el estado capitalista se concretó históricamente antes que la propia clase capitalista y su función consistió en promover el surgimiento y desarrollo de la segunda, en un compromiso histórico que arrancaba de la propia Constitución del 1917. En la medida anterior, el nuevo estado se veía obligado a establecer el “clima” o el escenario para que actuara el sector privado, que dado su desarrollo embrionario carecía de iniciativa económica por lo menos hasta los sesenta.


            El estado posrevolucionario se vio, en consecuencia, ante un doble compromiso: auspiciar el desarrollo del sector privado y por otro auspiciar el desarrollo de la clase trabajadora, de allí que el gasto publico tenga que analizarse desde la perspectiva de su composición más que de su nivel. Existe otra razón fundamental para analizar el gasto federal por su composición como lo hizo Wilkie y es la naturaleza de la reproducción del aparato productivo. En la reproducción del aparato productivo los gastos en infraestructura (comunicaciones o transportes) o irrigación tienen un impacto diferente a los gastos en vivienda o salud de la población, independientemente de su periodo de gestación. Los gastos económicos, tienen la función de elevar la productividad de manera directa, en tanto que los gastos sociales elevaran el bienestar de la población, aunque indirectamente podrían contribuir a elevar la productividad. [14]


            En cuanto a la segunda critica, desde el comienzo de la obra, Wilkie deja bien establecido que su intención es analizar el cambio social no la distribución del ingreso.  Considerando el atraso en que vivía el grueso de la población de México a comienzos del siglo XX, la cuestión central es determinar como el campesinado (o las masas) se fueron integrado al sector moderno de la economía, lo que tendría que reflejarse en la los indicadores que Wilkie engloba bajo el rubro de Indice Pobreza, aunque paradójicamente, como ya dijimos, la población puede integrase al sector moderno y seguir siendo pobre, aunque en un sentido diferente, como lo subraya Wilkie al citar a Oscar Lewis. Se podría reprocha a Wilkie el haber definido esa integración de una perspectiva exclusivamente sociológica y no económica, ya que dejó de lado la situación laboral de los campesinos (no ve la relación salarial o laboral a la cual se integran). Por lo anterior, está por encima de toda duda que el Indice de Pobreza es un indicador del grado de modernización social logrado por el grueso de la población mexicana, de modo que refleja el cambio social en el sentido más amplio del término.


            Finalmente, la preeminencia del gobierno en la definición del rumbo económico de la nación constituye una cuestión histórica que se explica por lo establecido en el primer punto, es decir, el subdesarrollo del sector privado. A su vez, la acción del gasto público tenía que ser indirecta, ya que México funcionaba como una economía mixta y los efectos multiplicadores y aceleradores del gasto publica arrastraban necesariamente al sector privado, que invertía de acuerdo a las oportunidades creadas por la política pública. Esa relación no fue estructural ya que a partir de los setenta, en parte fuera del análisis de Wilkie, el sector privado comenzó a independizarse y a adoptar su propio patrón de inversión y financiamiento, chocando inevitablemente con algunas de las políticas del gobierno.


            En suma, Skidmore y Smith pierden de vista el contexto teórico e histórico de la obra de Wilkie y extravían la crítica. Son incapaces de ver la unidad entre los tres distintos niveles del libro de Wilkie, pero sobre todo la forma en que el análisis cuantitativo quedó determinado por los fundamentos teóricos e históricos y no a la inversa. Si hubieran vista esta relación hubieran colocado en su justa dimensión la clasificación del gasto federal, el papel del Indice de Pobreza y la relación entre el mismo y el cambio social.  El excesivo formalismo en el cual ubicaron la obra de Wilkie la desnaturaliza, pero sobre todo los descalificó para debatir los problemas fundamentales de la historia del México contemporáneo.
 
Conclusión: méritos y debilidades en el contexto actual       


Con la derrota electoral del PRI en 2000 parece haberse cerrado un largo capítulo de la historia contemporánea de México, que se inició con la revolución. Aunque podría ser así, existen diversos interrogantes sobre este periodo y su influencia a más largo plazo, que no han sido suficientemente respondidos por historiadores y otros científicos sociales. Uno de esos interrogantes refiere a los fundamentos y consecuencias culturales de la larga permanencia del PRI en el poder. Hemos visto que el libro de Wilkie brinda invaluables elementos para responder a la pregunta de si se trató de un proceso derivado puramente de la represión y el control dictatorial de la sociedad, ejercido bajo una modalidad ciertamente benigna y progresiva, o si más bien estuvieron en juego otros factores sociales más complejos. 


            Por otra parte, aunque la transición política está teniendo consecuencias irreversibles y creando un efecto en cascada, no debemos olvidar que el régimen que emanó de la revolución no solo controló el gobierno, sino multitud de espacios sociales, al grado de convertir al estado también en un estado social. [15]   El presidencialismo subordinó a los poderes legislativo y judicial en tanto que el régimen, entendido como la suma del estado y el partido, segmentaron a la sociedad y la encuadraron en instrumentos de control muy duraderos, que tuvieron un correlato ideológico y cultural. La larga vigencia del poder priísta, creó una mentalidad que se extendió a todos los espacios y actores sociales, al sentido de identidad nacional, a los valores y a la cultura, llegando a ejercer un papel formativo entre todos lo mexicanos, incluidos aquellos que repudiaban al sistema.


            No toda esa influencia institucional, cultural y conductual era negativa per se, pero se fue agotando históricamente y poco a poco diversos agentes sociales comenzaron a desprenderse de su legado.


            En su extenso estudio Wilkie devela y analiza la naturaleza de este régimen en su periodo formativo y de apogeo. Su análisis de la personalidad política de los caudillos de la revolución y de los primeros gobernantes, su discusión sobre la Asamblea Constituyente y sobre el texto constitucional, sumado a su exhaustivo tratamiento de la política presupuestaria y su efecto modernizador, arrojan luz sobre estas interrogantes que acabamos de formular.


            El análisis de Wilkie revela que el grupo social que triunfó en la lucha revolucionaria tenía dos cualidades excepcionales y un grave defecto.  Demostró ser enormemente flexible como para adaptarse a cambios históricos dentro de un  periodo de tiempo muy largo, para enfrentar, por ejemplo, la consolidación del imperialismo norteamericano, la gran depresión, los retos de la segunda posguerra, etc., Fue cambiando gradualmente, pero se mantuvo fiel a ciertos valores originarios que fueron fundamentales en su lucha contra adversarios de derecha e izquierda. Resulta sorprendente también, y el libro de Wilkie es inequívoco al respecto, su capacidad modernizadora. Ese grupo social, la familia revolucionaria, estaba a la vanguardia de la sociedad y era capaz de asimilar a los elementos más lúcidos y dinámicos de la misma, traduciendo ese impulso en progreso social, limitado pero real.  Este grupo fue incapaz, sin embargo, de comprender la importancia de la democracia como no un fin en sí mismo, sino como un instrumento de desarrollo social, tan importante como otros que si estuvo dispuesto a utilizar.


       No es difícil encontrar los motivos por los que el regimen emanado de la revolución despreció la democracia. En una sociedad atrasada, donde la mayoría de la población es analfabeta o semi-analfabeta, la democracia no parece un estorbo sino que es impracticable, de modo que la democratización se convirtió en proyecto subordinado a los logros de la industrialización. El error, si cabe llamarlo así, es que otorgando la máxima prioridad a la modernización económica relegaron o anularon la construcción de las precondiciones  para la democracia que son entre otras la justicia, la transparencia, la rendición de cuentas e inclusive la educación. Al relegar o anular estas precondiciones se encontraron auspiciando una impresionante corrupción ligada a su papel como juez y árbitro y sus relaciones incestuosas con la burguesía que nació en su regazo. Los intereses creados por este sistema se convirtieron en una fuerzas refractaria al cambio político que llevó a un agotamiento prematuro de la modalidad de desarrollo adopta después de la gran depresión.  Al final, después de haber puesto en marcha la modernización de los años ochenta, la corrupción creada desde el poder tomó formas novedosas, pero aun más letales para el tejido social, revirtiéndose contra su principal promotor, para llevarnos finalmente al cambio de regimen.
 
Los Angeles, 17 de junio de 2002

[1]   Publicado originalmente en ingles, bajo el titulo de The Mexican Revolution: Federal Expediture and Social Change Since 1910, University of California Press, Berkeley, 1967, primera edición; Los Angeles, 1970, segunda edición. La edición en español: La revolución mexicana (1910-1917). Gasto Federal y cambio social, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, añade dos epílogos. Las citas que aquí se efectuan del libro provienen de la edición en español.

[2] La crítica que pretendió fijar la posición de los historiadores “ortodoxos”, fue la de E. Skidmore y P. Smith (“Notes on Quantitative History: Federal Expediture and Social Change Since 1910”, Latin America Research Review  5:1, 1970) y fue francamente hostil a la obra de Wilkie.  Otros críticos como F. Boni y M. Seligson, inscribiéndose dentro de la perspectiva de los primeros, solo tocaron aspectos secundarios del libro. D. Barkin, Coleman y Wanat también efectuaron comentarios pero más bien con un tono neutral.  Wilkie respondió a Skidmore y Smith en “On Methodology and the Use of Historical Statistics”, Latin American Research Review  5:1, 1970: la respuesta a Boni y Seligson fue “The Poverty Index for Mexico”, Latin American Research Review 10:1, 1975.

[3] Informalmente varios economistas de izquierda expresaron también una franca hostilidad al libro de James Wilkie, por razones distintas a los historiadores norteamericanos. Algunos intelectuales mexicanos de izquierda, expresaron en privado que el solo hecho de relacionar el gasto federal con el cambio social era un anatema y una apología a favor del PRI, por lo prefirieron mantenerse al margen del debate público.

[4] “Una vez caído el gobierno autoritario que había mantenido a las masas bajo el yugo, tanto los que tomaron parte en la lucha como los que no participaron en ella desearon un gran cambio en la sociedad, y empezaron a exigirlo” (infra, p. 76).

[5] Es muy importante no perder de vista que Madero fue un revolucionario renuente como correctamente señala Wilkie, cuya principal preocupación fue lograr elecciones libres y que por lo mismo fue incapaz de detener el programa porfirista de transferencia legal de tierras publicas a latifundios, que siguió su curso aceleradamente, bajo su mandato (pp. 75-77). Igualmente, Carranza, ex senador porfirista, no se atrevió a iniciar el reparto agrario, con lo cual dejó temporalmente en suspenso el programa revolucionario. Lo más determinante en este impasse fue la continuidad del desarrollo agroexportador que favorecía a los terratenientes ya incrustados en el mismo, por lo que los primeros revolucionarios no sabían como replantear el papel económico del estado y, como subraya Wilkie, se oponían al reparto agrario porque consideraban que vulneraba su proyecto de pequeña propiedad agraria.
  

[6] . Ver capitulo 4.

[7] . De acuerdo al cuadro X-7, con la creacion del estado activo, el indice de pobreza bajó más rápidamente que el aumento del PIB per capita, lo que sugiere fue más dinámica la incorporación de los campesinos, que el desarrollo economico per se; pero no habría que olvidar que otra fuente de transformacion fue la expansión demográfica, cuya tasa estaba en su cúspide.

[8] . Es lo otros autores y yo llamamos desarrollo extensivo del capitalismo mexicano que se sustenta en la incorporacion al mercado interno de la poblacion rural que vivía en una economía de autosubsistencia. Ver M. A. Rivera, Crisis y reorganizacion del capitalismo mexicano,  ed. ERA, México, 1986.

[9] . Obsérvese efectivamente que los indicadores utilizados por Wilkie miden el grado de integración de la población rural pobre a la economía nacional. A medida que se abate el valor porcentual promedio de los siguientes indicadores, se consolida la integracion nacional:

a)      Analfabetismo;

b)     población que solo habla lengua indigena;

c)      personas que viven en comunidades de menos de 2 500 habitantes;

d)     población descalza;

e)      población que usa regularmente sandalias en lugar de zapatos;

f)      población que regularmente come tortillas en lugar de pan blanco;

g)     población sin drenaje.

[10] .  “Modernization and Change in Mexican Communities, 1930-1970”,  en J. Wilkie y E. Haber (Eds.), Statistical Abstract of Latin America,  vol. 22, UCLA, 1982.

[11] . Wilkie proporcionó a Haber datos y metodología para que este último hiciera un ajuste al Indice de Pobreza y pudiera aplicarse a nivel municipal. Wilkie también alentó a Haber a adoptar el concepto de “modernización” que en ese tiempo no estaba de moda. Haber reconoce esa deuda al explicar que su Indice de Modernización Social, que mide el proceso de integración de las comunidades rurales a la economía nacional (p. 636), no es sino una derivación del de su mentor, ya que seis de sus indicadores son los que definió originalmente Wilkie, en tanto que el tercero es la derivación de una de las variables originales obtenidas por Wilkie (Ibid).

[12] . Con el libro de Wilkie se adoptó y generalizó la práctica de distinguir entre el gasto planeado o autorizado y el ejercido. Irónicamente tal aportación le significó al autor postergar por varios años la traducción al español de su libro. El gobierno sólo dio el visto bueno a la edición en el prestigioso Fondo de Culrura Económica, cuando la presentación del presupuesto se ajustó al método de James Wilkie, es decir, a la indispensable discriminación entre gasto ejercido y autorizado.

[13] . Wilkie consideró estos gastos como parte del sobre-ejercicio presupuestario (o sea como gasto ejercido) y los sometió a las mismas subdivisiones del gasto total, que comentaremos a continuación.

[14] Esta división entre gastos administrativos, sociales y económicos, fue la misma que se utilizo en el debate de los setenta, sobre el papel del estado en la sociedad capitalista, auspiciado entre otras instituciones por la London School of Economy y New Left Review.

[15] . Es decir un estado que invade los espacios sociales, ver Enrique de la Garza, Crisis y reestructuracion productiva en Mexico,  UAM-Iztapalapa, México, 1988

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