Mexico and the World
Vol. 7, No 1 (Winter 2002)
http://www.profmex.org/mexicoandtheworld/volume7/1winter02/historia_cambio.html

La Historia de un Cambio Necesario
Liberemos al AGN de una muerte lenta en la prisión de Lecumberri

Patricia Galeana*


México posee el Archivo Nacional más rico de América; contiene desde códices con pictografías indígenas del siglo XVI, documentos de Hernán Cortés; de Sor Juana Inés de la Cruz; la cédula de la creación de la primera Universidad que funcionó en América, los primeros impresos americanos; hasta las  Tablas geográficas de Alejandro de Humboldt, entre otras joyas documentales, parte de la Memoria del Mundo. No obstante el valor de dichos documentos, el Archivo General de la Nación se encuentra sumido en un edificio que fue construido para prisión en la dictadura porfirista, fuera de toda norma internacional para la preservación documental.


La cárcel de Lecumberri  es el edificio más inadecuado para albergar documentos, no sólo por su estructura arquitectónica, sino por su ubicación a unos metros del gran canal del desagüe de la Ciudad de México, en la zona donde no está entubado y corre el peligro de desbordarse ya que se ha inclinado por el hundimiento del centro histórico de la propia Ciudad. El mismo edificio está a más de metro y medio por debajo del nivel de la calle, por lo que hay que bombear cada gota que cae en su interior.


La Penitenciaria ha sufrido varias inundaciones de aguas negras en su historia, por lo se le conoce como el Palacio Negro, nombre que también se asocia a las historias de horror que vivieron sus habitantes. [1] Nunca debió ubicarse un Archivo donde hay peligro de inundaciones, donde es además una de las zonas más contaminadas de la ciudad de México, cuyos ácidos hacen polvo los documentos.


Su planta panóptica en forma de estrella, hace que cada galería tenga diferente orientación y como está construida en lo que fue el lecho de la Cuenca de San Lázaro, el terreno arcilloso ha provocado hundimientos diferenciales en cada uno de sus siete brazos. Todo ello se traduce en  variaciones de temperatura y humedad contrarias a la preservación de la documentación. Las fluctuaciones cotidianas que sufren los documentos en Lecumberri reducen su vida día a día. [2]


Frente a la terrible situación del Archivo Nacional de México en Lecumberri, paradójicamente, fue un mexicano ilustre, don Jaime Torres Bodet [3] , quien hace más de medio siglo, como Secretario General de UNESCO apoyó la creación de la única organización internacional que existe, con el objeto de proteger la Memoria documental de los pueblos: el Consejo Internacional de Archivos.


Hoy UNESCO encabeza el programa Memoria del Mundo para preservar todos los documentos valiosos de la Humanidad. Muchos de los documentos del Archivo General de la Nación de México han sido declarados parte de la Memoria del Mundo. Tan preciosos tesoros documentales llegaron hasta nosotros gracias a la consciencia histórica de las generaciones que nos precedieron. Al fin de la época prehispánica, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y Tezozómoc preservaron la memoria de los pueblos primigenios de las tierras mexicanas. [4]


Un héroe de la defensa de la memoria documental novohispana fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien arriesgó su vida para salvar del fuego los documentos que estaban en el Palacio Virreinal durante el incendio provocado por un motín indígena a causa de la escasez de maíz, resultado de una prolongada sequía en el siglo XVII.


En  la segunda mitad del siglo XVIII, un personaje ilustrado, de cultura e inteligencia preclaras, Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, conde de Revillagigedo, concibió la idea de crear un archivo general para reunir  la documentación, que dispersa corría el peligro de perderse.  Por ello ordenó que se organizara y cuidara como el más rico tesoro. Fue así que creó el Archivo General del Virreinato de Nueva España. [5]


Gracias a Revillagigedo, se reunieron documentos riquísimos que nos permiten seguir paso a paso el proceso sincrético entre las dos culturas, la indígena americana y la europea. De estas joyas maravillosas, el AGN resguarda 1,200 códices que, van desde una foja hasta documentos de cuatro por cuatro metros. Tal documentación merece contar con un edificio construido ad hoc, con las reglas internacionalmente establecidas para la preservación documental, fuera de la contaminación de la Ciudad de México.


En la época independiente de México, Lucas Alamán presentó en 1823, al Congreso Constituyente la iniciativa para crear el Archivo General y Público de México, con objeto de que se reuniera en una sola institución el archivo del virreinato que había organizado Revillagigedo, con los documentos del movimiento de Independencia y los que fuera generando la nueva nación.  Consciente también de la importancia de preservar la memoria histórica, a José María Lafragua se debe la iniciativa para reglamentar la concentración de los documentos en el Archivo General y Público de México. [6] El Archivo Nacional nunca perdió su carácter de nacional, durante el siglo XIX.


Lamentablemente al inicio del siglo XX, después de la Revolución mexicana, se fracturó al Archivo Nacional.  Durante el gobierno de Venustiano Carranza se fraccionó al Archivo General y Público de México, quitándosele toda la documentación internacional que dio origen después al Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada, que depende de la Cancillería Mexicana. Es una regla de oro de la archivística internacionalmente reconocida, que no se debe desintegrar lo que ya tenía una ordenación conjunta.  Por ello es de lamentar que se haya roto la unidad de la memoria histórica, que habían buscado Revillagigedo, Alamán, Lafragua, y todos los hombres del siglo XIX, que tuvieron a su cuidado tan preciosa documentación.
A finales del siglo pasado, el Archivo Nacional sufrió una nueva fragmentación quitándosele la documentación judicial, misma que pasó en julio de 1999 al Archivo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Si bien es de lamentarse esta nueva mutilación, tal vez esa documentación tenga condiciones más propicias para preservarse fuera de la Penitenciaria de Lecumberri. Esperamos que por lo menos hayan dejado en el AGN la copia digitalizada de los documentos, ya que de otra forma el AGN es cada vez menos nacional, no sólo por lo que se le ha quitado, sino porque desde que está en Lecumberri por falta de espacio, dejó de recibir documentación y no cuenta siquiera con los archivos presidenciales, ni con los propios archivos de la Secretaría de Gobernación, oficina de la que depende. Es de desearse que la futura ley de acceso a la información, que debate hoy el Congreso mexicano, subsane estas graves omisiones con un marco jurídico adecuado que necesariamente debe incluir el tema de los archivos.


Revillagigedo, con una gran visión, intentó preservar al Archivo del Virreinato de uno de los peligros más graves de la ciudad de México: las inundaciones, ya que por haber sido asiento de lagos y ríos, una verdadera Venecia, han sido un problema recurrente en la capital de México. No obstante, no pudo culminar su proyecto y el Archivo del Virreinato se ubicó en el propio Palacio Virreinal. [7]


En el azaroso período de la construcción del Estado Mexicano, a lo largo del siglo XIX, entre las guerras intestinas y las invasiones extranjeras, había muchos problemas urgentes que atender para que la nación no dejara de existir, y no se pudo pensar en construir un edificio adecuado para el Archivo. Por lo que éste permaneció durante todo ese siglo en el Palacio, ahora Nacional, donde lo había dejado Revillagigedo.


En Palacio Nacional el AGN fue cambiando de lugar y sufrió múltiples vicisitudes. Después de la Reforma liberal de 1859, con la nacionalización de los bienes del clero, alguna documentación que ya no cabía en Palacio, pasó a algunos templos. [8]


A mediados del siglo XX al resultar del todo insuficiente el espacio en Palacio Nacional, el Archivo pasó al Palacio de Comunicaciones, hoy Museo Nacional de Arte, pero también resultó insuficiente e inadecuado. Entonces surgió la idea de convertir a la antigua prisión porfirista en la sede del Archivo General de la Nación y a pesar de opiniones en contrario, como fue el caso del historiador y antiguo director del AGN, el maestro Ignacio Rubio Mañé; el hecho se consumó hace más de tres lustros.


Los  historiadores que se fascinaron con la idea, convencieron al presidente en turno de que la adaptación de la antigua prisión en sede del AGN sería mucho más económica que hacer un edificio nuevo. Se argumentó que las placas de metal para que no se evadieran los presos eran ideales para que no se propagaran los incendios, haciendo caso omiso de la ubicación del inmueble junto al gran canal del desagüe, de que la arquitectura era absolutamente diferente a lo que se necesitaba y que por su hundimiento había que bombear hasta el agua de la lluvia, ya que, Lecumberri estaba sumergido por debajo del nivel de la calle, desde que se hizo la reconstrucción. [9]   


La idea de que en Lecumberri, donde antes el Estado vigilaba a los infractores de la ley, ahora la ciudadanía podría vigilar al Estado, resultó muy atractiva. Con este espíritu se quitaron todas las rejas y también las puertas a la antigua penitenciaria. Por ello después los documentos quedaron a la intemperie, expuestos a los ácidos de la contaminación que los daña en forma irreversible. Ningún archivo del mundo tiene estantería abierta. Por ello la documentación ha sido objeto de todo tipo de agresiones, robos y destrucción por ácidos. [10]


Para transformar al edificio carcelario en sede del Archivo de la Nación, se le rompió la estructura al edificio. Al quitarle su columna vertebral, que era el torreón de vigilancia, se dejó sin sustento a los siete brazos que componen su planta panóptica, lo cual ha traído múltiples problemas al inmueble. En vez del torreón central, se le puso una cúpula y a ella se amarraron los brazos para que no se hundieran. Tal solución arquitectónica estuvo a punto de derribar la propia cúpula, por lo que durante el gobierno pasado se tuvieron que separar los brazos de la cúpula y reforzar toda la estructura para cumplir con los reglamentos de los edificios públicos de ésta ciudad, después del temblor de 1985. No obstante, el edificio presenta permanentes cuarteaduras por el hundimiento diferencial, por lo que la inversión en la adaptación de la cárcel en sede de Archivo ha resultado tan onerosa como infructuosa. [11]


Al cerrarse los patios de las crujías, se usaron materiales inadecuados, que en tiempo de calor lo convierte en un invernadero. Por la configuración del edificio es exorbitantemente caro regular la temperatura y humedad de cada una de las 876 celdas de las galerías y de la cúpula de proporción semejante a la de una terminal de autobuses. Habría que volverla a reconstruir con otros materiales y en otra ubicación, por lo que sería mucho más lógico hacer un edificio ad hoc.


Lecumberri es en síntesis el peor lugar para guardar documentos en cualquier soporte, ya que hasta las piedras se van dañando en situación semejante.


Científicos de las dos únicas instituciones que en México tienen a los especialistas en ingeniería, arquitectura, química y utilización de la energía nuclear para la conservación de materiales, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares, realizaron una investigación por más de tres años, y propusieron sacar al Archivo no sólo de Lecumberri, sino, pensando a largo plazo, de la contaminación de la Ciudad de México y que se llevara a un terreno seco, frío y sin contaminación. [12]


Ciertamente se puede construir lo que se quiera donde sea - se puede ir de París a Londres por debajo del agua gracias a la construcción del Eurotúnel -, por lo tanto, se puede construir en la Ciudad de México, un edificio inteligente para el Archivo. Pero el costo que esto implica es muy elevado, ya que cada grado de temperatura y humedad que hay que modificar del medio ambiente, se traduce en muchos dólares, no sólo para la construcción sino para su mantenimiento; así como el lavar el aire de los ácidos propios de la contaminación de la ciudad de México; además la arquitectura ecológica del siglo XXI busca la utilización de la ventilación natural no contaminante. [13]


Por ello los especialistas recomendaron un lugar airoso, seco y frío, en un terreno propicio para la conservación. Entre las propuestas para trasladar al Archivo, se buscaron terrenos cercanos a la Ciudad de México y se encontraron algunos adecuados en Querétaro e Hidalgo. [14]


La propuesta de solución fue publicada, pero la actual administración del AGN la censuró y se envió a la bodega. Tal acción fue provocada por un grupo de historiadores, de los cuales el 90% no había pisado Lecumberri en diez años, ya que se revisaron los registros para constatarlo. No obstante, se opusieron al cambio; unos por razones estrictamente personales y subjetivas, ya sea porque fueron quienes pusieron al Archivo en Lecumberri, o por la incomodidad de trasladarse a una hora de distancia de la ciudad de México; otros por ignorancia, creían que la Constitución establecía que el AGN debía estar en el asiento de los poderes de la Unión, o por el consabido centralismo, que no quiere que se salga nada de la Ciudad Capital, aunque ahí se estén asfixiando todos, y como si el resto del territorio nacional no fuera parte de México.


Es muy lamentable que prácticamente no exista documentación de la segunda mitad del siglo XX en México no sólo por falta de una ley federal o nacional de archivos, sino porque la Penitenciaría de Lecumberri no ha tenido espacio para recibir documentación.  Si la situación que guarda el máximo Archivo de la Nación es la más inadecuada para su preservación, el lector podrá imaginar la situación que guardan otros archivos en sótanos húmedos, abandonados a los roedores, quienes se alimentan de la memoria documental. [15]


Con la dispersión de la documentación, los investigadores tendrán que ir a veinte o cincuenta archivos a buscar la información, si es que las montañas de papeles que tienen las diversas oficinas públicas no han sido ya destruidas para desalojar el espacio que ocupan.


Hoy existe afortunadamente la solución a este problema: la digitalización. Ya no importa dónde estén los documentos resguardados, a través de la nueva tecnología  informática, se preservan los documentos  evitando el robo o el daño, y se facilita al mismo tiempo el acceso a la documentación. Por ello hay que tener nuestros documentos en el mejor lugar para su preservación física, ya no importa dónde estén físicamente, los investigadores los pueden tener en la computadora de su escritorio.


El Archivo más rico de América está en peligro, es deber de todos los interesados en la Memoria del Mundo demandar su salvación. Liberemos al AGN de una muerte lenta en Lecumberri.


* Historiadora. Universidad Nacional Autónoma de México. Ex directora del Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores y del Archivo General de la Nación, de 1994 a 1999, correo electrónico: [email protected]  La Situación del Archivo General de la Nación en Lecumberri, está disponible en CD.

[1] Al edificio se le conocía como el Palacio Negro, no sólo por los horrores que ahí acontecieron - desde el asesinato de Madero hasta la prisión de los estudiantes del 68, pasando por la reclusión de Siqueiros, entre otros personajes ilustres -, sino porque al desbordarse el canal del desagüe que tiene junto a él, el Palacio se cubrió de aguas negras y sus paredes se impregnaron del mismo color.

[2] La cárcel modelo del porfirismo fue construida con el esquema panóptico, muy en boga en esos años para facilitar la vigilancia de los presos. Pero esta característica útil para una prisión, es  contraria al control de humedad y temperatura.

[3] Después de haber fundado en México la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, como Secretario de Educación.

[4] Sus crónicas sobre el encuentro de dos mundos las recoge el doctor Miguel León Portilla, en una de las obras más traducidas a lenguas extranjeras de un autor mexicano de nuestro tiempo: La visión de los vencidos.

[5] El virrey Revillagigedo consideró que la documentación reunida en el Archivo General del Virreinato sería el tallo de la administración, que serviría de sostén al gobierno virreinal. Y en efecto, fue un gobernante que se caracterizó por su buena administración. Entre muchas cosas positivas que realizó durante su gobierno, se encuentra el censo que serviría de base al  barón Alejandro de Humboldt para sus Tablas Geográficas sobre la Nueva España.

[6] En su discurso ante la Cámara, con una gran lucidez y una visión extraordinaria, concibe al Archivo como una fuente inagotable de conocimientos, - “de luces, hechos y derechos”, como lo llamaría don Ignacio Cubas, primer director del Archivo -, donde el jefe del gobierno encontraría la brújula para orientar y dirigir la nave del Estado, para guiar los pasos de la nación por un camino seguro, y la comunidad intelectual abrevaría en sus inagotables fuentes.

[7] Hubo muchos edificios que se vinieron abajo por las inundaciones, como el primer Colegio de Santiago Tlatelolco del siglo XVI; el que conocemos ahora data  del siglo XVII.
Revillagigedo pensó que el mejor lugar para construir un edificio especial para el Archivo era la parte más alta de este valle, la punta del Cerro de Chapultepec, para que no sufriera inundaciones. Pero tuvo dificultades con el Ayuntamiento de la ciudad y no se llegó a construir el edificio donde habría quedado la documentación a buen recaudo.

[8] Como el de Guadalupe, conocido como la Casa Amarilla, y también al de Santo Domingo.

[9] Así la oscura Penitenciaría se convirtió en un Palacio lleno de Historia, título de la publicación que coordiné  y que da cuenta de todo el proceso de transformación de la prisión. Clementina Díaz y de Ovando, et al, Lecumberri: Un Palacio lleno de Historia. AGN, México, 1994, 166 p.

[10] Por no haber tenido puertas, hemos perdido irremediablemente documentos valiosísimos de la vida de México, muchos han sido vendidos en el extranjero. Afortunadamente pudimos recuperar una carta de Fray Junípero Serra que iba a ser subastada por Sotheby’s; pero los ácidos nítrico y sulfúrico, propios de la contaminación de la Ciudad capital, hicieron polvo, por ejemplo, documentos del  Banco del Avío creado por Lucas Alamán en 1830.

[11] La obra que se dijo al presidente José López Portillo que iba a ser muy barata ha resultado carísima. Se tiene que pagar un  mantenimiento permanente a la empresa PICOSA para mantener los pilotes hidráulicos de control y que no se caiga la cúpula y controlar la burbuja que se ha formado en el centro del edificio, además de que por las razones expuestas requiere de las constantes reparaciones, por lo que es un verdadero barril sin fondo.
Lo único que sí salió muy barato en el Archivo fue el techo de pésima calidad que se le puso a las galerías donde se guardan documentos como los el Acta de Independencia, todas las constituciones, y los símbolos patrios.  Para que no proliferaran los hongos nocivos a los documentos, se tuvo que fumigar hoja por hoja todo el acervo.

[12] Acción que ya se ha hecho en varios países de Europa y también en Estados Unidos, donde los National Archives, no están en Washington, sino fuera del distrito de Columbia en Maryland.

[13] A los edificios de archivos en Europa, como los de Austria y Suecia, construidos con tecnología de punta, se les inyecta aire en la parte más fría de la noche para que se mantenga la temperatura y la humedad que se requiere, sin necesidad de equipo de aire acondicionado que no sólo contamina la atmósfera, sino también genera hongos.

[14] Se habló con los gobernadores de los dos estados, y los dos brindaron facilidades e incluso terrenos, aunque el terreno es lo que menos cuesta en un proyecto de esta naturaleza, se contaba también con los empresarios de estos estados, que estaban interesados en financiar una construcción ad hoc, junto con los gobiernos federal y estatal. Así por vez primera el Archivo de México contaría con un edificio construido especialmente, de acuerdo con las normas internacionales para preservarlo.

[15] A diferencia de lo que sucedió con los constructores del Estado virreinal y del Estado nacional mexicano en el siglo XIX, o del Estado revolucionario en el siglo XX, que poseían conciencia histórica y querían dejar los testimonios de su obra;  las evidencias documentales en la segunda mitad del siglo XX, casi no existen porque los principales actores del devenir histórico de México no tuvieron el cuidado de preservar sus documentos o, por el contrario, mas bien querían desaparecerlos.
México no cuenta hasta hoy con la legislación necesaria, para la preservación del patrimonio documental. Durante el pasado sexenio, se enviaron diversos proyectos de ley a los diferentes jurídicos de Gobernación, pero el ejecutivo nunca quiso enviar al Congreso una iniciativa de ley para normar el derecho a la información, y los legisladores tampoco tomaron la iniciativa.  Hasta ahora se empieza a discutir, una ley de acceso a la información.
Lecumberri, desde su inauguración como sede del AGN, estuvo saturado, por lo que al no contar con espacio suficiente para recibir la nueva documentación, se resolvió que cada Secretaría de Estado organizara su propio archivo histórico. Algo imposible de realizar si tomamos en cuenta que las oficinas públicas no tienen personal capacitado, ni siquiera para manejar la documentación de trámite, menos podrían ordenar un archivo histórico. Además de no contar con el espacio físico adecuado y menos aún con los recursos presupuestarios.

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