Mexico and the World
Vol. 4, No 1 (Winter 1999)
http://www.profmex.org/mexicoandtheworld/volume4/1winter99/migracion_internacional.html
Migración internacional y flexibilidad laboral en el contexto de
NAFTA.
Dr. Alejandro Canales C.
Enero, 1999.
Introducción.
La migración internacional constituye un factor de creciente
preocupación, tanto en esferas del ámbito político, como
en el debate académico y la acción de organismos no
gubernamentales. Este interés surge, entre otras cosas, por la
dimensión y magnitud que adquirido recientemente el desplazamiento de
trabajadores de países del Tercer Mundo hacia las economías
industriales y desarrolladas. Asimismo, y a diferencia de otras migraciones
internacionales que se dieron en el pasado, este movimiento de población
se da en un contexto de creciente internacionalización y
globalización de la producción, así como la
conformación de bloques económicos regionales en torno a las
grandes potencias de la economía mundial (Estados Unidos, Japón y
Alemania).
En este marco, la migración México-Estados Unidos puede tomarse
como un caso paradigmático, tanto en términos de su historia,
magnitud de la población involucrada y modalidades migratorias, como en
términos del sustantivo avance en el proceso de integración
económica en torno al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica
(NAFTA, por sus siglas en inglés). En efecto, en estudios recientes, se
ha estimado que en 1996 más de 7.2 millones de mexicanos residían
en los Estados Unidos (Comisión Binacional, 1997), a los que si
agregamos la población estadounidense de origen mexicano (chicanos) nos
da una cifra que representa más del 12% de la población de dicho
país.
Por su parte, en 1994 entró en vigencia el Tratado de Libre Comercio, el
cual constituye un paso importante en la integración comercial,
financiera y productiva entre ambas economías. De hecho, es de esperar
que la aplicación de las diversas normas sobre liberalización del
comercio y flujo de capital incluidas en NAFTA, refuercen y consoliden el
proceso de integración que ya se venía dando desde la
década pasada. Asimismo, esta integración de hecho se ha
apoyado y ha reforzado la transformación productiva que se ha impulsado
en ambos países, como respuesta a la crisis de los modelos de
crecimiento industrial y paradigmas tecnoeconómicos prevalecientes hasta
los años setenta.
En este marco de transformación productiva, globalización e
integración regional, se ha abierto un interesante debate en torno a los
posibles efectos del Tratado de Libre Comercio sobre la dinámica,
composición y modalidades de la migración México-Estados
Unidos. Al respecto, la discusión se ha canalizado en torno a dos
posiciones extremas. Por un lado, quienes sostienen que a partir de NAFTA se
produciría una reducción del flujo migratorio, en la medida que
dicho acuerdo comercial estaría orientado a la modernización de
la base productiva en México, transformando de esa forma, las
condiciones estructurales que hasta ahora han promovido la emigración de
mexicanos al país del norte. Por otro lado, se ubican quienes sostienen
la tesis opuesta, esto es, que el éxito de NAFTA se basa precisamente,
en las desigualdades estructurales entre uno y otro país, y que por
tanto, la integración comercial tenderá necesariamente, a
traducirse en una mayor presión para la migración mexicana.
Desde nuestra perspectiva, sin embargo, estas posiciones surgen de un debate mal
planteado. Por un lado, en todo el debate subyace la idea de que la
migración internacional en sí, es algo no deseable, y que
por lo tanto debiera ser controlada y regulada. Por otro lado, no es posible
pensar en cambios drásticos en la dinámica migratoria a partir de
NAFTA, primero porque NAFTA no implica un cambio sustantivo en las relaciones
económicas México-Estados Unidos, y segundo, porque ya desde los
ochenta se consolida una serie de cambios en la dinámica migratoria, que
son consistentes con el proceso de integración económica que se
inicia en esos años.
En este contexto, el objetivo del presente trabajo es proponer un marco de
referencia para el análisis y entendimiento de la dinámica
migratoria reciente, así como de los posibles impactos que la
integración económica en torno a NAFTA pudiera generar en la
magnitud, composición y modalidades de la migración
México-Estados Unidos. Al respecto, nuestra tesis es que los posibles
efectos sobre la migración, no hay que buscarlos en NAFTA propiamente
tal, sino en los procesos de transformación productiva que le subyacen.
En particular, sostenemos que las nuevas modalidades migratorias expresan
procesos de cambio estructural, que dicen relación con las
transformaciones en la dinámica de los mercados laborales, como
resultado de las diversas formas de flexibilidad laboral que se han
implementado tanto en México como Estados Unidos.
Hemos organizado este trabajo en tres secciones. En la primera, presentamos los
principales argumentos de cada posición en torno al debate de los
impactos de NAFTA sobre la migración México-Estados Unidos. En la
segunda sección, presentamos un análisis de NAFTA y sus
principales alcances y características, así como del proceso de
integración que le subyace y antecede. Finalmente, nos centramos en el
análisis de las transformaciones en la base productiva en México
y Estados Unidos, y sus posibles impactos en la configuración de nuevos
contextos para la migración entre ambos países.
La migración México-Estados Unidos en el contexto de NAFTA.
Con la firma de un Tratado de Libre Comercio en América del Norte
(NAFTA), se configura un nuevo escenario que plantea diversas interrogantes en
cuanto a la evolución futura de la migración de mexicanos a
Estados Unidos, así como de sus características laborales,
demográficas y socioculturales. Esta nueva fase del debate sobre la
migración se inserta, sin embargo, en un ambiente de creciente
hostilidad en contra de la migración mexicana, que se expresa entre
otras cosas, en una serie de medidas restrictivas y eliminación de
diversos beneficios sociales a los cuales los migrantes tenían acceso.
Asimismo, desde el lado del gobierno mexicano tiende a hegemonizar una
línea argumentativa que enfatiza los efectos "positivos" de un acuerdo
comercial para disminuir y frenar el flujo migratorio.
En este contexto, y a partir de la pregunta sobre los posibles efectos de NAFTA
sobre la migración, dos posiciones extremas tienden a centralizar el
debate en torno a NAFTA y la migración internacional. Por un lado,
quienes sostienen que la firma y puesta en práctica del acuerdo
comercial permitiría una reducción del flujo migratorio, en la
medida que posibilitaría una transformación y
modernización de la base productiva en México, lo cual
actuaría como un factor de retención de población. Por
otro lado, quienes sostienen la tesis opuesta señalan que dadas las
desigualdades estructurales evidentes entre una y otra economía, la
integración comercial se traduciría más bien en una mayor
presión para la migración mexicana hacia Estados Unidos.
i ) De acuerdo a la primera posición, la migración y el comercio
funcionarían en una especie de trade off, en donde la mayor
libertad en la movilidad de mercancías y de capital, tendrían
como contrapartida la posibilidad de mantener fija la fuerza de trabajo (Alba,
1993a). En este marco, se espera que por un lado, el incremento de las
exportaciones mexicanas a Estados Unidos (impulsadas por NAFTA) de lugar a una
mayor generación de empleos y un aumento en el nivel de ingresos de los
sectores populares de México. Por otro lado, el posible incremento en la
inversión extranjera directa en México, con base en las nuevas
reglas establecidas en NAFTA, contribuiría a la reestructuración
y modernización de la base productiva de la economía mexicana,
incrementando su nivel de competitividad a nivel internacional, lo cual
tendría efectos similares en cuanto a la dinámica del mercado
laboral (García y Griego, 1993). En tal sentido, el mayor flujo
comercial y de inversión, se traducirían en factores de
retención demográfica, contribuyendo a frenar la
emigración mexicana a Estados Unidos.
Esta argumentación tendió a hegemonizar durante el proceso de
negociación de NAFTA, tanto desde la posición mexicana como de su
contraparte de Estados Unidos. Para ambos, este argumento permitía
mostrar las bondades (aparentes al menos) de un tratado comercial. Ello era
posible, porque en ambas posiciones predominaba una noción
política de que la migración es en sí misma, algo no
deseable (Estrada, 1992). Desde el lado mexicano, porque la migración es
vista por los negociadores del tratado como un subsidio que hace la
economía mexicana a su contraparte estadounidense, al liberarla del
costo de la reproducción de la fuerza de trabajo de los migrantes. Desde
el lado norteamericano, porque se ve en la migración un factor de
desplazamiento de fuerza de trabajo local, que presiona los salarios hacia la
baja debilitando el poder negociador de los sindicatos, a la vez que tiende a
constituir una creciente carga para el erario público, al hacer uso de
los diversos beneficios que otorga el sistema de seguridad social
norteamericano (Rondfeldt y Ortiz de Oppermann, 1990).
ii) Desde una visión alternativa, sin embargo, se cuestiona esta
perspectiva "optimista" del NAFTA en términos de sus posibles efectos
sobre la dinámica migratoria. En este sentido, se señala que
dadas las asimetrías y desigualdades estructurales que presentan las
economías mexicanas y norteamericanas, tal trade off entre
migración y comercio es simplemente una ilusión teórica,
cuando no ideológica (Culbertson, 1991). Por un lado, la mayor
inversión extranjera directa (de origen estadounidense en este caso) en
México, si bien puede traducirse en una mayor generación de
empleos, no necesariamente implicaría un incremento en el nivel
salarial. Por el contrario, dadas las estructuras productivas y de
dotación de recursos, la especialización que se generaría
a través de la liberación del comercio y flujo de capital, es
hacia una "maquiladorización" de la economía mexicana, esto es,
incremento sustantivo del empleo de bajos salarios, alta inestabilidad, y otras
formas de flexibilización y desregulación laboral, que redundan
en una creciente precarización del empleo (Telles, 1996).
Por otro lado, la liberación comercial si bien posibilita un incremento
de las exportaciones, también lo hace respecto a las importaciones. En
este sentido, el efecto sería un desplazamiento de ciertas actividades
domésticas producto de la competencia comercial, lo cual contribuye a un
mayor desempleo junto a una mayor presión sobre los salarios. Asimismo,
el incremento de las exportaciones mexicanas estaría sustentado
principalmente por el desarrollo de la industria maquiladora, sector de
actividad que no obstante su notable crecimiento, no ha generado hasta ahora
efectos importantes en las condiciones de empleo, relaciones industriales, y
niveles salariales.
En esta perspectiva, entonces, se plantea que un acuerdo de libre comercio,
generaría las condiciones para una mayor y creciente emigración
hacia Estados Unidos, la que se insertaría en empleos precarios,
signados por su carácter eventual, de bajos salarios, carente de
prestaciones y otros beneficios sociales. Esta migración se ve a su vez,
como un factor necesario para consolidar el proceso de flexibilización y
desregulación de las relaciones laborales en Estados Unidos, y de ese
modo, contribuye a mantener sus niveles de competitividad internacional (Sassen
y Smith, 1992).
Ahora bien, a cuatro de años de haberse iniciado NAFTA, este debate ,
parece haber sido mal planteado, tanto en su formulación, como en las
respuestas que se han elaborado. En efecto, ambas posiciones tienden a asignar
a NAFTA un poder de incidencia sobre la migración que es bastante
cuestionable. Por un lado, NAFTA actúa sobre un marco de
integración que ya se había iniciado en la década de los
ochenta, y que hacia inicio de los noventa ya estaba muy avanzado. Tanto la
política neoliberal implementada en México para salir de la
crisis económica (agotamiento de ISI, etc.), como el proceso de
reestructuración productiva y tecnológica en Estados Unidos,
facilitaron la reconfiguración de sus relaciones comerciales en un marco
de mayor integración y globalización de sus relaciones
económicas y productivas. Esto se expresa entre otras cosas, no
sólo en un incremento del comercio bilateral, sino sobre todo, en un
sustantivo cambio en su estructura sectorial, mismo que expresa las
transformaciones en la estructura productiva y base económica de ambas
naciones.
En este contexto, NAFTA no implica un cambio de rumbo en la orientación
de las relaciones económicas México-Estados Unidos. Por el
contrario, la firma del tratado comercial es la consolidación de un
proceso de integración silenciosa iniciado en la década
pasada (Weintraub, 1992). Este proceso de integración se expresa tanto
en términos de la liberación del comercio bilateral, como de los
movimientos de capital y flujo de inversión directa. En este sentido,
los posibles efectos de NAFTA sobre la dinámica de la migración,
habría que rastrearlos en la historia reciente de la migración, y
su relación con las transformaciones productivas en México y
Estados Unidos, a la luz de la dinámica de tal proceso de
integración silenciosa. Asimismo, las transformaciones recientes en la
dinámica migratoria no se refieren sólo a su magnitud o volumen,
sino también y fundamentalmente, en cuanto a su carácter
(circular o permanente, urbano-rural, etc.), perfil laboral y estructuras
sociodemográficas, aspectos todos ellos, que sin embargo, no han sido
debidamente considerados en el debate respecto a las implicaciones de NAFTA
sobre la migración México-Estados Unidos.
En este marco, el debate en torno a NAFTA y la migración
México-Estados Unidos, nos parece que ha estado mal planteado. Por un
lado, tanto una posición como la otra, parecen desconocer la
dinámica e historia de la migración México-Estados Unidos,
su persistencia en el tiempo bajo diversos contextos políticos y
económicos, y en particular, las nuevas modalidades migratorias que se
consolidan en los ochenta. Por otro lado, también parecen ignorarse los
cambios en la estructura económica, comercial y productiva en ambos
países desde los ochenta, que anteceden a NAFTA, y que dan cuenta de los
cambios en la dinámica migratoria reciente.
En este contexto, nuestra tesis es algo diferente. A nuestro entender, la base
de la integración económica no está en una mera
liberalización del comercio trilateral, sino en la integración de
procesos económicos en el marco de una determinada articulación
de paradigmas productivos (postfordismo, flexibilidad, desregulación,
etc.). En este sentido, la movilidad de la fuerza de trabajo al interior del
bloque, no dependerá tanto del proceso de integración comercial
en sí, como de la forma concreta que asuma la articulación e
integración de los procesos de trabajo y mercados laborales en cada
economía, y en el bloque en su conjunto.
En otras palabras, nuestra hipótesis es que la dinámica de los
mercados de trabajo (factor desencadenante de la migración) no depende
tanto de la forma de la integración comercial en sí, como de las
transformaciones en los sistemas productivos y procesos de trabajo que le
subyacen, y en particular, de la forma en que tales transformaciones se
integren y articulen, configurando un sistema socio-técnico que de
sustento al bloque económico-regional. Estas transformaciones apuntan a
la forma e intensidad en que se aplican al proceso productivo las nuevas
tecnologías y nuevos paradigmas de organización del trabajo.
Asimismo, si partimos del hecho de que todo paradigma tecnoeconómico
incorpora de alguna forma, procesos de movilidad de la fuerza de trabajo como
mecanismo de articulación de mercados laborales, el problema
radicaría, entonces, en establecer cuáles serían las
formas (y magnitud) de dicha movilidad del trabajo, en un contexto como el de
NAFTA que implica la articulación y combinación de diversos
paradigmas tecnoeconómicos, tanto a nivel de las economías
nacionales, como del bloque en su conjunto (Lipietz, 1997). Esto marca la
complejidad de las respuestas posibles, y por tanto, del entendimiento de la
migración internacional en los tiempos actuales.
NAFTA en el marco de la globalización y restructuración productiva.
En 1991 iniciaron las negociaciones formales entre los gobiernos de
México, Estados Unidos y Canadá, para la firma de un tratado de
libre comercio (NAFTA), el cual, después de pasar por la
aprobación de las correspondientes estructuras legislativas de cada
país, entró en vigencia el 1o de Enero de 1994.
En principio, el NAFTA es un acuerdo comercial que sólo se aplica a los
productos originarios de los países involucrados, pero que no tiene
competencia para regular la circulación y movilidad de la fuerza de
trabajo (Weintraub, 1994).
Esto marca importantes diferencias, especialmente con el proceso de
integración que dio origen a la Unión Europea en 1992. En efecto,
en el caso de la Comunidad Económica Europea la perspectiva de un mercado
único implicó que cada uno de los Estados miembros
debería pasar por un proceso de integración económica, a
través de directrices comunes en un intento por atenuar las
desigualdades entre regiones para, de ese modo, lograr una mayor convergencia
económica comunitaria (De la O y González; 1994). En el
caso de NAFTA, en cambio, la integración define objetivos claramente
menos ambiciosos. En particular, la política de integración se ha
centrado únicamente en la configuración de áreas de libre
comercio, esto es, ámbitos de "desarme" arancelario
generalizado, lo que dista aún bastante de conformar un mercado
común, el cual presupone además, una convergencia de las
políticas nacionales y las del bloque comunitario; y obviamente, se
aleja aún más de un posible mercado único, el cual
presupone la completa eliminación de las restricciones al flujo de
mercancías, capital y trabajo.
No obstante estas limitaciones, para México la firma de este acuerdo
comercial significaba, entre otras cosas, la posibilidad de consolidar el
conjunto de transformaciones en el modelo de desarrollo impulsadas a partir de
la crisis de 1982. Asimismo, este acuerdo permitiría ofrecer una base
económica sólida para la atracción de inversión
extranjera en el mediano y largo plazo (Ramírez de la O, 1994). En este
sentido, NAFTA no implica ni un alejamiento ni menos aún, una ruptura
respecto a la orientación de la política económica
mexicana de los últimos 15 años. Por el contrario, configura un
marco de continuidad de la política de apertura comercial, financiera y
de inversiones, que se inicia en México a partir de la crisis de la
deuda a mediados de 1982 (Emmerich, 1994). O lo que es lo mismo, la posibilidad
de llegar a un acuerdo comercial con Estados Unidos, mediante la firma de
NAFTA, es porque previamente se habían desarrollado una serie de
transformaciones en la economía mexicana que posibilitaban una
integración real. De hecho, esta integración comercial y
productiva no sólo es previa a la firma de NAFTA, sino además,
delinea el tipo y carácter de la integración que finalmente se
establece en el texto de NAFTA que es aprobado por las legislaturas de cada
país.
En este marco, el punto de inflexión en la evolución de la
política económica mexicana no es la firma de NAFTA propiamente
tal, sino que se da años antes, con el ingreso de México al GATT,
y en particular, a partir de la radicalidad con que el gobierno mexicano asume
la implementación de las normas arancelarias que promueve dicho
organismo internacional. En efecto, en 1986, año en que México
ingresa al GATT, el gobierno mexicano se comprometió a aplicar un
conjunto de medidas de liberalización comercial, en función de
consolidar su estructura arancelaria con un nivel máximo de 50% add
valorem, y reducir entre 20% y 50% los aranceles de la mayoría
de sus partidas arancelarias en un periodo de 30 meses. Sin embargo, ya para
1987 (esto es, a sólo un año de haber ingresado al GATT) el nivel
del arancel máximo era de sólo el 20% (Lustig, 1992).
Asimismo, en el marco del ingreso al GATT, el gobierno mexicano establece en la
segunda mitad de los ochenta una importante reforma comercial, que implica la
reducción arancelaria y la eliminación de cuotas y precios de
protección. Por un lado, el nivel de arancel promedio (ponderado
según el valor de las importaciones) se redujo de 23.5% en 1985, a
sólo 12.5% en 1990. Por otro lado, se elimina la producción
doméstica que estaba cubierta con precios oficiales de referencia, los
que eran superiores a los precios internacionales y favorecían al
productor doméstico (en 1986, esta producción representaba
más del 19%). Finalmente, la producción doméstica cubierta
por licencias de importación se reduce del 92.2% en 1985 a sólo
el 19% en 1990 (Lustig, 1994).
Por su parte, la estructura comercial de México, ya a fines de los
ochenta mostraba un alto nivel de integración con la economía de
Estados Unidos, tanto en lo referente a los intercambios comerciales
propiamente tales, como a los flujos de inversión extranjera directa.
Así por ejemplo, en 1990 del total de las exportaciones mexicanas, el
71% se dirigieron a los Estados Unidos. Inversamente, del total de las
importaciones mexicanas, el 65% fueron provenientes de dicha economía
(Emmerich, 1994). En este marco, Estados Unidos constituye sin lugar a dudas,
el principal socio comercial para México, aún antes de la firma
del tratado de libre comercio. Por su parte, desde el punto de vista
estadounidense, sus exportaciones a México corresponden sólo el
7% del total, mientras que las importaciones desde México, representan
el 6% de las importaciones estadounidense. No obstante estas cifras,
México constituye el tercer socio comercial para Estados Unidos,
después de Canadá y Japón (o el cuarto, si se considera la
Unión Europea como un todo).
Cabe señalar además, que la estructura del comercio bilateral
entre México y Estados Unidos, ha sufrido importantes cambios en la
década de los ochenta. Así, por ejemplo, a principios de la
década pasada el petróleo era el principal producto de
exportación de México a Estados Unidos. A partir de 1985, en
cambio, los productos manufacturados pasan a ser el principal producto de
exportación, representando en 1987 casi las dos terceras partes del
total de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos. Asimismo, hacia
principios de los noventa, la industria maquiladora aporta con más de la
mitad de estas exportaciones de manufacturas, lo que da cuenta del nuevo
carácter y tipo de crecimiento industrial que experimenta México
(Flores Salgado, 1996). Por su parte, la composición de las
importaciones mexicanas desde Estados Unidos, aunque se ha mantenido estable,
indica que para 1987, el 80% de ellas correspondían a productos
manufacturados, muchos de los cuales, correspondían también a
insumos para la industria maquiladora (Harris, 1990).
Este cambio en la composición de las exportaciones mexicanas, se debe al
relajamiento de las medidas que regulaban la inversión extranjera
directa, lo que posibilitó que varias empresas transnacionales
estadounidense pudieran instalar directamente plantas en México, y
asignarles diversas funciones de subensamble. En efecto, ya a fines de los
ochenta, la inversión estadounidense representaba más del 60% de
la inversión extranjera directa en México. Asimismo, cuando menos
57 de las 500 mayores empresas estadounidenses listadas por la revista Fortune,
tienen plantas maquiladoras en México, incluyendo las "Tres Grandes" de
la industria automotriz: Chrysler, Ford y General Motors (Eden y Molot, 1993).
De esta forma entonces, las empresas transnacionales han encabezado una
verdadera integración silenciosa entre México y Estados
Unidos, fomentada tanto por el creciente comercio intrafirma, como por el
relajamiento de las reglas que limitaban la inversión extranjera directa
(Weintraub, 1992). En efecto, y en respuesta a la creciente competencia de
empresas japonesas y europeas, las estadounidenses han podido utilizar el
programa mexicano de industrias maquiladoras, como un método para
relocalizar diversas fases del proceso productivo que son intensivas en fuerza
de trabajo, aprovechando para ello, la mano de obra abundante y barata
disponible en México. En este sentido, la internacionalización de
la producción de las grandes transnacionales, junto a la
revolución en la tecnología de la información, son
factores esenciales para entender la magnitud y dirección de los
actuales patrones de comercio e inversión entre las economías de
la América del Norte.
Ahora bien, este proceso de integración silenciosa permite prefigurar el
carácter del proceso de integración que es estipulado formalmente
en el texto de NAFTA, así como el posible papel de cada economía
en dicha integración. Asimismo, permite evaluar y analizar los posibles
impactos que la firma del Tratado pudiera generar en cada país. En este
marco, dos son los principales niveles en los cuales podemos entender los
efectos posibles de NAFTA. Por un lado, en términos de la
dinámica macroeconómica; y por otro, en términos de su
impacto en la reestructuración productiva que ya se había
iniciado a partir de dicha integración de hecho entre las tres
economías. El primero, ya lo hemos reseñado previamente, y se
refiere a un mayor potencial de crecimiento económico, como resultado de
la mayor tasa de inversión extranjera directa, así como de un
posible incremento de las exportaciones y los ingresos de México.
El segundo, también se ha venido desarrollando previo a la firma de
NAFTA, y define a nuestro entender, el carácter y potencial del proceso
de integración en sí, al establecer el papel de cada
economía en una división del trabajo intrabloque, misma que ya se
prefiguraba en los ochenta. Este nivel, a su vez, nos parece de mayor
relevancia, pues constituye la base sobre la cual se puede evaluar la
potencialidad del crecimiento macroeconómico de cada país, a
partir de la implementación del tratado comercial.
En este marco, el punto central lo representa el tipo de estructura productiva
que se está consolidando en México y Estados Unidos, a partir del
proceso de integración económica. Al respecto, y en
función del tipo de especialización que parece caracterizar a
cada economía del bloque comercial, podría resultar aún
prematuro señalar cómo el NAFTA pudiera alterar el patrón
de integración que ya se venía estableciendo en la región
desde la década pasada. Lo cierto hasta ahora, es que, desde el lado
mexicano, la integración productiva se ha dado principalmente, con base
en la industria maquiladora de exportación, localizada en las ciudades
de la frontera norte, y que se ha orientado preferentemente al procesamiento de
exportaciones, esto es, al ensamble de bienes manufacturados con base
en un uso intensivo de mano de obra (Gereffi, 1993).
Sin embargo, y desde el lado estadounidense, es importante tomar en cuenta la
importante proliferación de plantas de subcontratación de mano de
obra intensiva, que desde la década pasada, se han instalado en grandes
ciudades como Los Angeles, Nueva York y Miami. Esta localización les
permite aprovechar las grandes concentraciones de mano de obra barata y, en
muchos casos, a los trabajadores indocumentados de México,
América Central y el Caribe (Sassen, 1990). Junto a ello, se desarrollan
diversas prácticas de flexibilidad laboral, tanto de tipo interno como
externo, que dan cuenta de substanciales cambios en la estructura laboral y
dinámica del mercado de trabajo en la economía estadounidense
(Araujo, 1996).
En este contexto, podemos señalar entonces, que la integración
productiva se ha venido dando en un marco de globalización y
flexibilidad, y que configura parte de la estrategia que las empresas
estadounidense han implementado para enfrentar su crisis de productividad y
competitividad (Katz, 1996). En este marco, resulta interesante considerar la
forma en que se combinan diversas prácticas y estrategias de
flexibilidad, a uno y otro lado de la frontera, y como a partir de NAFTA, ellas
pueden tender a una estrategia aunque no única, sí articuladas
entre sí, constituyendo la base tecnoeconómica sobre la cual se
construye y estructura la potencialidad económica del bloque como un
todo.
Transformación productiva, estrategias de flexibilidad y migración.
Los cambios recientes en la estructura económica de México y
Estados Unidos, aunque muy diferentes entre sí, forman parte del proceso
de integración económica, y se sustentan, entre otros factores,
en la política de relocalización de diversos segmentos del
proceso productivo entre ambas economías, en particular, el
desplazamiento hacia zonas de exportación en México, de diversas
actividades de ensamble y subensamble de productos para el mercado
estadounidense. No obstante, los efectos de esta mayor integración
productiva no parecen ser del todo claros, reflejando más bien, un
empeoramiento en las condiciones laborales de diversos grupos sociales a uno y
otro lado de la frontera. En no pocos casos, los medios para mejorar los
niveles de competitividad internacional se han basado en distintas formas de
flexibilidad laboral que inciden directamente en la estructura de ocupaciones,
el nivel de empleo y salarios, y el sistema de relaciones laborales, los cuales
no siempre tienden a favorecer al trabajador (De la O 1998).
En este marco, el sentido de las transformaciones, y sus efectos en la
dinámica de los mercados de trabajo, parecen estar vinculados con el
tipo de estrategia que se sigue en el proceso de reestructuración
productiva. En algunos casos (los menos, por cierto) el énfasis es
puesto en formas de flexibilidad interna, apoyándose en un mayor
involucramiento del trabajador en dichas transformaciones. En este caso, se
opta por una estrategia de cambio tecnológico, en torno a la cual se
establece una nueva estructura de ocupaciones, que favorece a los trabajadores
de mayor calificación, que puedan adaptarse flexiblemente a los nuevos
requerimientos tecnológicos, pudiendo rotar de una tarea a otra
(trabajadores polivalentes). Sin embargo, por su naturaleza, esta estrategia
implica una diferenciación de la fuerza de trabajo, y una
reducción de las opciones de empleo para gran parte de ella.
En otros casos, la opción es hacia formas de flexibilización
externa, en especial de desregulación del mercado laboral a
través de prácticas flexibles de contratación y despidos,
y reducción de los niveles salariales. La estructura ocupacional se
transforma, favoreciéndose los empleos a tiempo parcial, a domicilio y
otras formas de subcontratación. Esto lleva necesariamente a una
precarización del empleo, y una mayor vulnerabilidad del trabajador ante
estas nuevas condiciones de funcionamiento del mercado laboral.
Ahora bien, lo importante es que estas transformaciones no son necesariamente
homogéneas, sino que tiende a darse una amplia variedad de combinaciones
entre ambas formas de flexibilidad. Esta heterogeneidad resultante constituye,
a nuestro modo de ver, la base de las nuevas formas de polarización y
segmentación de los mercados laborales, y sobre la que se configuran
diversas formas de exclusión, discriminación y segregación
social, que afecta entre otros, a los trabajadores migrantes.
Con base en lo anterior, podemos señalar importantes diferencias en las
transformaciones productivas entre México y Estados Unidos. En el primer
país, tiende a predominar una estrategia de desregulación del
mercado de trabajo, provocando una mayor precarización del empleo,
reducción de las ocupaciones, informalidad, bajos salarios, y otros
efectos negativos. En el caso de Estados Unidos en cambio, parece predominar
una estrategia de polarización, en la que la combinación de
diversas estrategias de flexibilidad, ha generado una creciente
diferenciación y segmentación en la estructura de los mercados de
trabajo, especialmente en las grandes ciudades. Estas ideas, las exploraremos a
continuación, de modo de establecer sus posibles vínculos con las
nuevas condiciones de la migración laboral México-Estados Unidos,
en el marco de NAFTA y la integración económica que dicho tratado
consolida.
La reestructuración productiva en México. Nuevas condiciones para
la emigración.
La crisis de 1982 expresa el fin del modelo de industrialización basado
en la sustitución de importaciones, cuya mayor debilidad la podemos
ubicar en su incapacidad para enfrentar las nuevas reglas de la competencia
oligopólica en un contexto de globalización económica
(Vuskovic, 1990). Al igual que en otros países latinoamericanos,
México enfrentó esta crisis con base en una política de
cambio estructural y transformación productiva, la que se
sustentó en tres pilares, fundamentalmente (Lustig, 1994). Por un lado,
una mayor liberalización de la economía, esto es, un
desplazamiento de la acción del Estado dejando un espacio abierto para
el "libre" juego de los mercados en la asignación de recursos
(inversión, empleo, comercio, etc.). Por otro lado, un importante cambio
en el funcionamiento del mercado de trabajo, a través de la
flexibilización de las reglas de contratación, despido, empleo y
salarios, y relaciones industriales. Finalmente, en una política de
apertura externa, impulso al proceso de sustitución de exportaciones y promoción de diversas formas de subcontratación internacional,
que encuentra su mejor expresión en la industria maquiladora de
exportación en la frontera norte del país.
Entre otros efectos, esta política económica estimuló
directamente el crecimiento de las exportaciones manufactureras, sustentado en
el auge de la industria maquiladora, así como la modernización (y
en algunos casos, posterior privatización) de ciertos sectores
tradicionales basados en un régimen institucional paraestatal, pero
potencialmente competitivos, tales como el sector de telecomunicaciones
(Telmex) y de energía (Cía de Luz y Fuerza del Centro) (Bizberg,
1993).
No obstante, esta estrategia de liberalización económica tuvo
efectos negativos en gran parte de la manufactura tradicional, la que no
disponía de las condiciones de productividad para enfrentar la creciente
competencia de productos importados y/o de empresas transnacionales que
tendían a localizarse en México. En este sentido, gran parte del
sector privado interno se vio ante la disyuntiva de o enfrentar una
modernización costosa, en un contexto de crisis estructural, y
además con un futuro incierto, o establecer otras estrategias para
sobrevivir en un mercado cada vez más competitivo.
En algunos casos, los menos por cierto, se optó por una estrategia de
modernización. Se trató preferentemente de grandes industrias
vinculadas a importantes grupos económicos (algunas empresas del grupo
de Monterrey, por ejemplo), que implementaron un modelo de transición de
una dinámica corporativa a una basada en la productividad. En otros
casos, y ante la imposibilidad de sustentar un proceso de modernización
productiva, una importante proporción de pequeños y medianos
productores se convirtieron en abastecedores de la industria maquiladora. Para
ello, se implementó una estrategia de reorientación (y a veces,
su relocalización) desde el centro del país, hacia la actividad
maquiladora que predominaba en la región norte (De la O, 1998).
En la mayoría de los casos, sin embargo, la estrategia de
modernización fue sustituida por una de flexibilización y
desregulación laboral, cuando no, por el cierre directo de diversas
plantas y privatización en el caso del sector paraestatal. De esta
forma, el costo para mantener determinados niveles de competitividad fue
transferido en gran medida, al mercado laboral, generando una importante
pérdida de empleos, reducción salarial, e inestabilidad laboral
(Dussel, 1997).
Esta estrategia de industrialización, Lipietz (1997) la denomina como fordismo
periférico, en términos de que las transformaciones
actuales permitirían la convergencia hacia un paradigma
tecnoeconómico que por un lado recoge los principios tayloristas y
fordistas de la producción, pero sin la contraparte de las condiciones
sociales que permitirían una regulación de las relaciones
laborales, así como sin un esquema económico keynesiano que
articule los ingresos de los obreros a la demanda efectiva. En este sentido, es periférico,
pues se trataría de una estrategia fordista en lo productivo, pero
flexible en lo laboral.
Esta estrategia establece además, un nuevo contexto de
polarización y diferenciación del aparato productivo, por una
parte, en sectores deprimidos y orientados al mercado interno, y por otra, en
sectores como la maquiladora, que incrementan su productividad y su
participación en las exportaciones totales (Bizberg, 1993). Por de
pronto, el efecto neto es un descenso relativo de la actividad industrial,
especialmente en las ciudades del centro del país. Por un lado,
disminuye su participación en el empleo total del 27% en 1979, a menos
del 23% en 1991. Por otro lado, sin embargo, desde principio de los ochenta la
actividad maquiladora ha tenido un gran impulso, de tal forma que para fines de
1997 estaban operando casi 3400 plantas las que empleaban a 850 mil
trabajadores directos (Canales, 1998).
En este marco, la industria maquiladora de exportación se ha convertido
en el pilar de la nueva estrategia de industrialización que ha permitido
reinsertar a México en el mercado mundial, y en particular, en la
economía del bloque comercial de Norteamérica. Sin duda, el auge
de la industria maquiladora se sostiene entre otros factores, por las ventajas
de localización que otorga la vecindad con Estados Unidos, así
como por la disponibilidad de una fuerza de trabajo de bajos salarios, con baja
calificación y casi sin experiencia sindical independiente.
Asimismo, con base en NAFTA, en los próximos años se esperan
importantes cambios en las normas legales bajo las cuales opera la industria
maquiladora. Por un lado, se eliminarán las restricciones en cuanto a la
localización casi exclusiva en la frontera norte, con la cual se
inició el programa a mediados de los sesenta, y por otro lado, se
liberaría el mercado interno, de modo que todas las maquiladoras puedan
orientarse no sólo a las exportaciones, sino también hacia el
mercado interno. Sin duda, ambas medidas tenderán a profundizar esta
situación de polarización que ya se ha manifestado, en la medida
que gran parte de las empresas locales deberán elaborar estrategias de
flexibilización y desregulación laboral aún más
drásticas para poder enfrentar la nueva competencia de las maquiladoras.
Asimismo, si bien en los ochenta tendió a aparecer un nuevo tipo de
planta maquiladora, que han hecho importantes inversiones en alta
tecnología (Gereffi, 1993), en general aún es predominante la
maquiladora tradicional, caracterizada por realizar operaciones de ensamble y
subensamble, intensivas en mano de obra, y que combinan salarios mínimos
con trabajo a destajo. Se trata en síntesis, de la típica
especialización en el procesamiento para las exportaciones, que por lo
mismo, tienen escaso impacto en las economías locales, más
allá de la generación de empleo directo de bajos salarios.
De esta forma, entonces, este conjunto de estrategias de flexibilidad y
reestructuración productiva implementadas tanto desde el Estado como del
sector privado, prefiguran un escenario no muy próspero para el mundo
laboral, especialmente en cuanto a la estabilidad del empleo, estructura de
ocupaciones y niveles salariales. Esta ofensiva flexibilizadora implica
modificaciones substanciales en los contratos laborales, sistemas de
remuneraciones, cambios en la jornada de trabajo, nuevas formas de
organización y estrategias gerenciales, así como aspectos que
involucran al Estado y el ejercicio de la legislación laboral y de
seguridad social (De la Garza, 1995).
Asimismo, en cuanto a la estructura de las ocupaciones, se prevé
también, nuevas modificaciones como resultado de la ampliación de
formas hasta ahora atípicas de empleo, como la subcontratación,
contratos por obra y servicio, trabajos a domicilio, trabajos eventuales, de
tiempo parcial, y con horarios flexibles, entre otros. En cuanto a las formas y
niveles de las remuneraciones, la flexibilización también se
manifiesta en formas y mecanismos no tradicionales, como el ajustar los
salarios a los cambios en la productividad del trabajo, a su calidad y
eficiencia, a la situación de la empresa y a las fluctuaciones del
mercado.
Ahora bien, con base en este contexto de reestructuración productiva y
transformaciones en las relaciones industriales y laborales, podemos entender
entonces, el nuevo carácter de la migración de mexicanos hacia
los Estados Unidos, así como su dinámica, composición y
modalidades migratorias. En efecto, la actual estrategia de
industrialización si bien favorece el auge exportador de la industria
manufacturera, el costo de ello es la polarización y desigualdad
creciente que se genera. De hecho, la estrategia de flexibilidad externa y
desregulación laboral seguida en México, ha implicado una
creciente precarización del empleo, reducción de los salarios
reales, polarización del empleo industrial, subempleo y empleo informal,
y otros efectos negativos en la dinámica del mercado laboral.
En este contexto, diversas estrategias se han implementado para enfrentar la
precarización de las condiciones de reproducción social de la
fuerza de trabajo, especialmente, en sectores de bajos ingresos. Al respecto,
destaca la estrategia de mayor autoexplotación de la fuerza de trabajo
familiar, como mecanismo para enfrentar el empobrecimiento de las familias
(Cortés y Rubalcava, 1991). En este sentido, podemos mencionar la
creciente participación de la mujer en los mercados de trabajo formales
e informales, especialmente en áreas urbanas y metropolitanas. Asimismo,
la migración a Estados Unidos pasa a ser otra estrategia, que
además, tiende a generalizarse a zonas del país y sectores de la
población que tradicionalmente se habían mantenido al margen de
los flujos migratorios.
Transformación productiva y migración en Estados Unidos.
A partir de los años setenta, la economía estadounidense muestra
claros signos de estancamiento y crisis, que se expresan entre otros aspectos,
en una creciente pérdida de competitividad en el comercio mundial.
Así, por ejemplo si en los sesenta, Estados Unidos aportó con
más del 17% de las exportaciones mundiales y sólo el 13% de las
importaciones, hacia 1990, en cambio, esta relación prácticamente
se había invertido. De esta forma, el tradicional superávit
comercial que experimentó Estados Unidos desde la posguerra, en la
década pasada se revirtió en un importante déficit de su
balanza comercial (Estay, 1993).
Esta pérdida de competitividad en el comercio mundial, expresa la crisis
de productividad que afectó (y aún afecta) a gran parte de las
empresas norteamericanas. Esta crisis es reflejo directo del agotamiento del
paradigma fordista que, como eje articulador del régimen de
producción, del modo de regulación de las relaciones
capital-trabajo, y del patrón de acumulación capitalista,
predominara a nivel mundial, desde la crisis de los años 30.
Ante esta situación, las empresas y corporaciones estadounidenses
implementaron diversas estrategias para recuperar sus niveles de competitividad
a nivel mundial. En particular, y a diferencia de la experiencia europea, donde
tendió a predominar una estrategia de flexibilización basada en
importantes transformaciones tecnológicas, de gestión
administrativa y de recursos humanos, en Estados Unidos se da una
situación heterogénea, en donde parecen coexistir estrategias de
desregulación de las relaciones contractuales (flexibilidad externa),
con estrategias de innovación tecnológica orientadas a mejorar
los niveles de productividad del trabajo (flexibilidad interna) (Labini, 1993).
En este marco, en ambas regiones tiende a generalizarse una estrategia de
polarización en la estructura de las ocupaciones, especialmente, en
cuanto a los niveles salariales, de calificación y capacitación,
y formas de contratación (tiempo parcial, a destajo, etc.). En el caso
estadounidense, esta diferenciación y segmentación del mercado
laboral puede rastrearse en la combinación de diversas estrategias de
reestructuración productiva, que parecen generar dinámicas
específicas en los mercados laborales. En concreto, podemos agrupar
estas estrategias en dos grandes categorías. Por un lado, estrategias
que ponen énfasis en los aspectos internos de la flexibilidad, esto es,
en los factores tecnológicos, de organización del trabajo, y de
productividad propiamente tal. Por otro, estrategias que ponen énfasis
en los aspectos externos de la flexibilidad, esto es, en la
desregulación salarial y contractual, formas de empleo, entre otros.
En conjunto, estas estrategias conforman el nuevo patrón de crecimiento
post-industrial, y permiten dar cuenta de las transformaciones recientes en la
dinámica de los mercados de fuerza de trabajo, relaciones laborales, y
estructura ocupacional. Al respecto, podemos adelantar que estas
transformaciones son la base de una creciente diferenciación y
polarización a nivel del mercado laboral en la economía
estadounidense. Por un lado, entre quienes tiene acceso a empleos de altas
remuneraciones, estables, de tiempo completo, etc., y por otro lado, quienes
quedan marginados a empleos inestables, de bajas remuneraciones, baja
calificación, etc.
i) En relación a la primera estrategia, Araujo (1996) señala
cuatro políticas que tienden a predominar en el contexto norteamericano.
Por un lado, una política de recursos humanos, en términos de
incentivos, motivaciones, premios y compensaciones, involucramiento del
trabajador, y programas de capacitación y entrenamiento. Por otro lado,
la reorganización del trabajo, con base en la formación de
equipos de trabajo. Una tercera se refiere a una estrategia de
administración flexible, basada en la introducción de nuevos
sistemas de medición y productividad, y medidas para implementar los
principios de la calidad total. Finalmente, una nueva política en la
configuración de las relaciones industriales, especialmente en
términos de la conformación de comités paritarios
empresa-trabajadores en la toma de decisiones.
Con base en encuestas representativas aplicadas a grandes empresas americanas,
se encontró que a mediados de los ochenta, el 25% de ellas habían
reestructurado sus prácticas de organización del trabajo,
incorporando diversos principios postfordistas en la configuración de
las relaciones industriales. Hasta esa fecha, sin embargo, menos del 10% de la
fuerza de trabajo de tales firmas estaba bajo esas nuevas modalidades de
organización productiva (Lawler, et al. 1989). Para 1992, en cambio,
Osterman (1993) encontró que más del 40% de los establecimientos
entrevistados ya habían implementado círculos de calidad.
Asimismo, en 37% de estos establecimientos, más de la mitad de sus
trabajadores estaban involucrados en al menos una de las siguientes
prácticas: equipos autodirigidos, rotación de tareas,
círculos de calidad, o programas de gestión de calidad total.
Asimismo, estas nuevas prácticas de organización del trabajo, no
sólo involucran a plantas manufactureras, sino también a empresas
del sector servicios, así como del sector público, los que se han
visto presionados a flexibilizar sus prácticas de gestión de
recursos humanos, en un caso, para enfrentar problemas financieros derivados de
la desvinculación de los altos costos laborales con los ritmos de
crecimiento de la productividad, y en otro, por la crisis fiscal y
privatización de empresas del Estado.
Otros autores, sin embargo, señalan que estas prácticas son
más bien marginales, en la medida que, por un lado, no parecen afectar
la estructura de poder de las grandes firmas estadounidenses, a la vez que, por
otro lado, tales estrategias de flexibilidad interna tienden a ser adoptadas de
manera parcial y desconectadas entre sí. Se señala además,
que sólo en algunos casos estas estrategias logran configurar un modelo
productivo propiamente tal, como sería el caso de Xerox, o de Federal
Express, por ejemplo (Applebaum y Batt, 1994).
Asimismo, esta parcialidad con que se aplican algunas prácticas de
flexibilidad interna, se manifiesta también en una mayor heterogeneidad,
especialmente en términos de la coexistencia en una misma planta
incluso, de distintas prácticas y principios de organización de
la producción. Así por ejemplo, Zlolniski (1998) señala
que en algunas empresas del Sillicon Valley, la introducción en ciertos
departamentos de diversas formas de involucramiento, círculos de
calidad, junto a una importante innovación tecnológica, con
trabajadores de alta calificación, en empleos estables, etc.; parece
coexistir con otros departamentos en la misma empresa, que se basan en formas
de subcontratación, de tiempo parcial, bajas remuneraciones, con
trabajadores migrantes, de baja calificación, etc.
ii) En relación a la segunda estrategia, de flexibilidad externa, esta
parece concitar un mayor consenso. Por de pronto, es claro que los procesos de
cambio en las formas de organización de la producción plantean
nuevas exigencias en cuanto a la fuerza de trabajo a ser empleada. En tal
sentido, lejos de ser una excepción, la segmentación y
diferenciación dentro del mercado de trabajo, parece constituir una
práctica común en los países industrializados. En este
marco, se inscribe la tendencia a una expansión de empleos de baja
remuneración, con menores calificaciones, alta inestabilidad, de tiempo
parcial, etc., que prevalece en la economía norteamericana (Klaugsbrunn,
1996). De esta forma, la reestructuración productiva ha traído
como consecuencia, procesos de desindustrialización y cierre de plantas,
a la vez que se instaura una relación perniciosa entre empleadores y
trabajadores caracterizada por la erosión del poder de los sindicatos,
la constricción de empleos y ocupaciones estables, la reducción
de salarios y prestaciones sociales, etc. (Fernández-Kelly, 1991).
Asimismo, la pérdida de niveles de competitividad, ha obligado a muchas
firmas a iniciar profundos cambios productivos, Esto ha llevado a un incremento
de la producción en pequeña escala, con alta
diferenciación de productos, rápidos cambios en su diseño
y comercialización, etc. Estas transformaciones productivas, se han
basado en no pocos casos, en prácticas de subcontratación y uso
de formas flexibles de organización del trabajo, que pueden ir desde
altamente sofisticadas, a otras muy primitivas, y que pueden encontrase en
industrias muy avanzadas y modernizadas tecnológicamente, como
también en las más tradicionales y con mayores rezagos
tecnológicos. En este marco, esta reestructuración
económica ha implicado el decline del complejo industrial predominante
desde la posguerra, y provee el contexto general en el cual se ubican las
nuevas tendencias en la estructura de ocupaciones y dinámica del mercado
laboral (Sassen y Smith, 1992).
Se trata en definitiva, de una polarización del mercado de trabajo, en
donde junto a empleos estables, de altos ingresos, se presentan otros marcados
por su carácter informal y ocasional. Sassen y Smith (1992) denominan a
éste como un proceso de casualization, como una forma de
enfatizar el marco de precariedad en que él se presenta. Como
señalan estos autores, "la expresión más extrema de este
proceso de casualization es la reciente expansión de una
economía informal en muchas de las grandes ciudades de Estados Unidos,
que implica formas de trabajo temporal, part-time, ocasional, y el
incremento de la subcontratación" (Sassen y Smith, 1992:373).
De acuerdo a estos autores, para el caso de la ciudad de Nueva York, por
ejemplo, la economía informal está presente en un amplio rango de
sectores industriales, aunque con incidencia variable. En especial, se
localizan en sectores del vestido y ropa, accesorios, contratistas de
construcción, calzado y bienes deportivos, muebles, componentes
electrónicos, empaques y transportes, y en menor medida en otras
actividades (flores y manufactura de explosivos, entre ellas). Similar
diversidad de la actividad informal encuentra Fernández-Kelly (1991)
para el caso del sur de California.
Aunque se presentan diversos tipos de empleos en la economía informal, la
mayoría de ellos corresponden a puestos de trabajo no calificados, sin
posibilidades de capacitación, y que envuelven tareas repetitivas. En no
pocos casos, se trata además de empleos "ocasionales" en industrias que
aún se rigen por formas fordistas de organización del proceso de
trabajo. En este sentido, la casualization, o si se quiere
informalización, corresponde más bien a una estrategia de tales
firmas para enfrentar los retos de la competencia, sin asumir los costos de la
innovación tecnológica. De esta forma, la economía
informal no sólo es una estrategia de sobrevivencia para las familias
empobrecidas por la reestructuración productiva, sino también, y
fundamentalmente, es resultado de los patrones de transformación en las
economías formales y sectores de punta de la economía
estadounidense (Sassen 1990).
Ahora bien, en estos mercados casualizated, o informalizados, tiende a
presentarse una importante selectividad en cuanto al origen de la fuerza de
trabajo empleada. Así por ejemplo, Fernández-Kelly (1991)
encontró que tanto en los condados del sur de California, como en Nueva
York, hay una fuerte presencia de hispanos y otras minorías
étnicas en este tipo de actividad, especialmente en los sectores de
manufacturas. Se trata de ocupaciones como operadores, tareas de ensamble, y
otras de baja calificación y bajos ingresos. Asimismo, esta autora
señala que en la mayoría de los casos no hay sindicatos, se
desarrollan prácticas de subcontratación, y que prevalece una
alta participación de mano de obra femenina.
En este marco entonces, podemos señalar que esta estrategia de
flexibilidad y desregulación laboral, parece ser la base de una nueva
oferta de puestos de trabajo para la población migrante,
situación que por lo mismo, tiene implicaciones directas sobre la
dinámica de la migración y sus cambios en la última
década (Zlolniski, 1998). De esta forma entonces, podemos explicar el
crecimiento de la migración, así como sus nuevas modalidades y
perfiles sociodemográficos, como resultado en parte, de estos cambios en
la demanda de mano de obra en las principales ciudades estadounidenses. En
concreto, podemos señalar que los mexicanos tienden a ser preferidos
como fuerza de trabajo en diversas ocupaciones de bajos salarios,
destacándose las siguientes:
* Por un lado, el mercado urbano más importante, sin duda es el de
servicios intensivos en trabajo, tales como restaurantes, repartidores,
mensajeros, y otros servicios de consumo. |
* Por otro lado, en industrias que tradicionalmente se han abastecido con mano de
obra migrante, tales como ropa y vestido. En estas, las mujeres migrantes son
la fuerza de trabajo predominante. |
* Un tercer tipo es el autoempleo en la economía informal, o de venta en
la calle. un ejemplo es la venta de flores en el centro y el metro de Manhattan |
* Por último, un cuarto tipo de empleo es el trabajo por día. Este
es más o menos reciente y reproduce los patrones de contratación
de trabajadores migrantes en la agricultura del sur de California. |
Conclusiones.
En este artículo hemos querido presentar un esquema de análisis
que nos permita entender el proceso de integración comercial, en torno a
NAFTA, así como sus posibles vinculaciones con la dinámica
reciente y futura de la migración internacional. Como hemos
señalado, nuestra tesis es que NAFTA corresponde más bien a la
formalización de un bloque económico en Norteamérica, en
términos que significa la consolidación de un proceso de
integración silenciosa que se había iniciado en los ochenta.
Como acuerdo comercial, NAFTA se diferencia de otros pactos, como el de la
Unión Europea, en la medida que sólo se limita a establecer un
marco para el libre movimiento de mercancías y de capital, pero sin
destrabar las reglas formales que limitan la movilidad del trabajo
(migración internacional). No obstante, ello no significa que ante la
aprobación del NAFTA la migración mexicana a Estados Unidos
tienda a desaparecer. Por el contrario, dado el contexto de integración
que subyace a la firma de NAFTA, la exclusión de ella en dicho acuerdo,
únicamente implica que tenderá a seguir las formas y dimensiones
que se habían desarrollado a partir de dicha integración de
hecho.
En este sentido, la pregunta por los posibles efectos de NAFTA sobre la
dinámica de la migración, no tiene sentido si previamente no se
examinan tanto los cambios que la integración económica iniciada
en los ochenta ha generado en las estructuras productivas y económicas
de ambos países, como los cambios en la dinámica,
dimensión, carácter y modalidades de la migración que tal
integración ha desencadenado a partir de la década pasada.
En este sentido, y con base al carácter y magnitud de las
transformaciones productivas que hemos reseñado en páginas
anteriores, podemos entonces concluir que lo más probable es que a
partir de NAFTA tienda a reproducirse la dinámica migratoria de los
últimos 15 años, especialmente en cuanto a su carácter y
modalidades que ha asumido, mismas que, sin embargo, marcan importantes
rupturas con los perfiles históricos de la migración
México-Estados Unidos.
En efecto, hasta fines de los setenta, el perfil sociodemográfico y
laboral de los migrantes permaneció más o menos invariante,
correspondiendo principalmente a población masculina, joven, sin
calificación, de origen rural, que migraban en forma temporal y que en
Estados Unidos se empleaban preferentemente en actividades agrícolas.
A partir de los ochenta sin embargo, se incorporan nuevos componentes al flujo
migratorio, mismos que generan importantes transformaciones tanto en la
dinámica migratoria como en el perfil sociodemográfico y pautas
de inserción laboral de la población migrante. En efecto, a
partir de la crisis de 1982, aumenta considerablemente la participación
de mujeres y niños, a la vez que se incrementa la proporción de
migrantes de origen urbano y provenientes de las principales zonas
metropolitanas, en especial de la ciudad de México, la que a fines de
los ochenta, ya aportaba con más del 10% del flujo de migrantes
indocumentados (Cornelius; 1990). Asimismo, el origen del flujo migratorio se
extiende hacia diversas entidades y localidades mexicanas, que hasta mediados
de los setenta se habían mantenido ajenas de la migración
internacional.
Cambios igualmente significativos se dan en relación a la dinámica
de los migrantes en los lugares de destino en Estados Unidos. Por un lado, la
migración que se dirige a zonas urbanas se incrementa
significativamente, quienes tienden a insertarse productivamente en diversas
actividades económicas de carácter más bien urbano
(servicio doméstico, de mantenimiento, construcción,
restaurantes, etc.) (Fernández-Kelly, 1991; Sassen y Smith, 1992).
Finalmente, al flujo migratorio de carácter circular y temporal, se
agrega un flujo no menos importante de mexicanos que tienden a establecer su
residencia en forma estable y permanente en diversas ciudades y pueblos rurales
de Estados Unidos (Alarcón, 1995; Cornelius, 1992).
Ahora bien, este es el contexto migratorio que predomina al momento de las
negociaciones y entrada en vigencia del NAFTA. Estos nuevos componentes y
modalidades migratorias, pueden entenderse a la luz de las transformaciones
productivas en ambas economías. Por un lado, la profunda y prolongada
crisis económica que afecta a México, junto a la estrategia de
integración económica seguida, parece llevar a México a
una creciente precarización del empleo y empobrecimiento de las
condiciones de vida de su población. Asimismo, y en la medida que NAFTA
no implicará necesariamente cambios sustantivos en la actual tendencia
de la reestructuración productiva, es posible prever que la
migración tenderá a seguir los patrones, modalidades y
dimensiones que viene presentando en los últimos 15 años, mucho
antes incluso que se iniciaran las negociaciones de NAFTA.
Por otro lado, la combinación de diversas estrategias de flexibilidad
laboral, parece generar un contexto de creciente polarización y
segmentación de los mercados de trabajo en Estados Unidos. En este
contexto, estos cambios en la demanda de fuerza de trabajo y estructura de las
ocupaciones, permite explicar en parte, tanto el incremento de la
migración mexicana, como las nuevas formas y modalidades que ella asume.
De esta forma entonces, las nuevas tendencias de la migración ante el
contexto de NAFTA, hay que rastrearlas en las transformaciones recientes que
dicho fenómeno ha tenido, como resultado del proceso de integración
silenciosa que ha vinculado a ambos países desde la
década pasada, y en especial, en las estrategias de
reestructuración productiva y flexibilidad que ellos han seguido. En
particular, sostenemos que las nuevas modalidades migratorias se explican por
una parte, por la creciente polarización y segmentación de los
mercados que estas transformaciones han generado en el lado estadounidense,
así como por la precarización y empobrecimiento de las
condiciones de empleo y reproducción de la fuerza de trabajo, que
parecen caracterizar a dichas transformaciones desde el lado mexicano.
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